martes, 8 de octubre de 2024

3. Brasov



Quién conoce cuando despierta qué le deparará el día. El día que vas en bici y antes de volver a casa una moto te alcanza por detrás y hace que tu cabeza protegida por el casco rebote en el asfalto, cloc, cloc. El día que nuestra compañera canaria, Toñi, tropieza y se rompe el pie y ha de volver a casa. Qué mala suerte, con las ganas que tenía que teníamos de hacer este viaje. El día que en un país extranjero, listos para hacer una ruta de montaña, yendo en autocar, un coche sale de su casa particular e impacta en ángulo de 90 grados contra él. No hay heridos, solo alguna crisis nerviosa y daños en la carrocería. La vida es el metrónomo - tic tac, tic tac- interrumpido por el accidente que no esperas, cualquier plan, un dibujo en el aire. Un viaje lleno de sobresaltos, este.


Pasadas las horas, la imaginación puesta a trabajar, alguien vio a una mujer con un niño, la mujer y el niño acababan de bajar del coche justo antes del choque contra el bus, alguien añadió que el niño no bajó para esperar al bus que le llevaba el cole, pues el niño era educado en casa. 




Anulada la ruta, resueltos los trámites del accidente, volvemos a Brasov: la sinagoga judía en un día tan señalado como este, 7 de octubre; el grupo subiendo hasta las antenas - no funciona el teleférico-, para hacerse una foto junto al letrero de Brasov; la comida en una trattoria italiana, Oikos, muy cuca, pero sin clientes salvo nosotros tres; el ascenso a la torre blanca y a la negra; la iglesia de San Nicolás de Myra (o de Bari); el café en un reservado en forma de tonel, Oikos, otro o el mismo Oikos, la casa.




El otoño se derrama del verde dosel sobre la cabeza al amarillo de los pies, con el ritmo pausado del bosque húmedo que invita al silencio y la meditación, animado por el murmullo del río cercano, probablemente el lugar más bonito de Brasov, por cuyo paseo los jóvenes practican el requiebro romántico. El paseo se empina inopinadamente al ascender por una escalera empinada hasta la torre blanca, adornada con tejadillos rojos. Sigue el paseo por un sendero que lleva a la torre negra, que una vez fue abatida por el fuego. La ciudad se nos muestra de nuevo con sus tejados rojos y las torres de iglesias elevadas hacia el único Dios.



La torre blanca es el lugar romántico por excelencia de la ciudad, lleno de inscripciones y de corazoncitos que reflejan los amores juveniles, tan apasionados como volátiles de los brasoveanos. Un poco más allá, si quieres prolongar el paseo y aún te quedan fuerzas, llega hasta la iglesia de San Nicolás, extramuros, San Nicolás de Myra o de Bari, con un largo brazo de cruz latina, largo, largo y oscuro, donde escucharás con atención el canto monódico ortodoxo, ese que con sus melismas te puede envolver hasta el punto de pensar en la conversión.




El día se apaga con un tímido claro en el horizonte. Que nos dejen las lluvias y la mala suerte. 

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