domingo, 20 de octubre de 2024

Las fascinantes María y Elena

 «No he sido traída a Rumanía para ser adorada y mimada... he venido para ser parte de la maquinaria que el rey Carlos había levantado. He sido importada para ser regulada, educada, cortada y entrenada de acuerdo con la concepción de las cosas del gran hombre». María de Sajonia-Coburgo y Gotha


En el imaginario rumano en blanco y negro, hay dos mujeres que están en el principio y fin de la moderna Rumania. María y Elena. Ambas consortes, la primera de un rey (1914-1927), la segunda de un secretario general (1959-1989), con gran influencia sobre ellos y su política.


En los últimos años de Ceauşescu, la oposición a la dictadura oponía la patriota María (enfermera durante la guerra, influyente en la defensa del país) a la odiada Elena. Por contra, en los inicios del régimen, cuando se abolió la monarquía, se describía a María como borracha y promiscua, organizadora de orgías durante la guerra. Ambas fueron los personajes más amados y odiados del país.


 María, nieta de la reina Victoria del Reino Unido y del emperador Alejandro II de Rusia, presionó a su marido Fernando I para que declarase la guerra a Alemania en 1916. De ese hecho se dedujeron grandes beneficios para el país, la Gran Rumanía (Valaquia Moldavia y Transilvania unidas) fue reconocida internacionalmente en Versalles.




Durante el periodo de Fernando I y María, Rumanía vivió su edad de oro cultural. Los edificios más notables, el arte, la literatura y la música. La política de los Ceaucescu fue arrasar grandes áreas urbanas para construir edificios oficiales como la Casa del Pueblo (que había de ser más grande que el Palacio de Versalles, obsesión de Elena) o bloques de apartamentos funcionales de gran ocupación, pero de de fea estética.


En el otro polo, igualmente fascinante, está Elena Petreșcu. Nacida en una aldea de familia campesina llegó a Bucarest donde trabajó en un laboratorio químico y en una fábrica textil. Nunca se acreditó que pasase de la escuela primaria. Nicolae Ceauşescu a los 21 años cayó tan enamorado de ella que, se dice, nunca más pudo mirar a otra mujer. Se casaron tras la guerra, en 1946. Parece que fue en 1971 cuando, en una visita a China, en 1971, viendo cómo se comportaba Jiang Qing, la esposa del presidente Mao, tomó conciencia de sus posibilidades. Se hizo nombrar miembro de la Comisión Central de Pronósticos Socioeconómicos y empezó a ascender en el partido hasta convertirse en la segunda persona más influyente del país, vice primera ministra, y a ser considerada como la 'Madre de la nación'. La televisión rumana tenía órdenes de no grabarla de perfil para que no se viese su gran nariz.




Sin haber acabado primaria, obtuvo el título de doctora, en 1970, tras presentar, a puerta cerrada y sin preguntas, una tesis que no escribió. Comenzó su carrera científica, con numerosos títulos y honores, coautora de artículos científicos en el campo de la química de polímeros y coinventora de varias patentes. Distintos museos rumanos tenían apartados para enaltecer sus logros. Fue miembro de la academia de ciencias y directora del Instituto de Investigaciones Químicas rumano. A ocultas, la gente se burlaba de ella llamándola Codoi, por su analfabetismo científico: decía 'codoi' en lugar de CO² (dos en rumano es doi).


«Si la puta de un nightclub de Caracas lo consiguió ¿por qué no una mujer de ciencias?». (Elena en referencia a Isabel de Perón).


En el vídeo del juicio y ejecución de la pareja, mientras a Nicolae se le ve perplejo, sobrepasado por lo inesperado, Elena se enfrenta a los guardias que la vigilan. Al salir de la sala donde se les juzgó, reprendió a los soldados que le ataban las manos: "Qué vergüenza. Yo te crié como a una madre. Yo te crié". Se dice que, tras la ejecución, un guardia encontró un icono en uno de sus bolsillos.


Hay mujeres fascinantes entre las esposas de los líderes políticos: Cilia Flores en Venezuela, Rosario Murillo en Nicaragua, Isabelita Perón y Cristina Kirchner en Argentina. Y antes, la albanesa Nexhmije Hohxa, la alemana oriental Margot Honecker o la china Jiang Qing. No son inmunes al síndrome del poder absoluto compartido, impulsado por un complejo de inferioridad soterrado. Podríamos poner algún ejemplo local.


No hay comentarios: