lunes, 21 de octubre de 2024

Rumanía desemboca en Roma



Subimos por la avenida cubierta de hierba bien cortada y flanqueada por dos hileras de plátanos que lleva a la Dealul Metropoliei o Colina de la Metrópolis. La luz otoñal que se cuela entre las hojas dibuja un tapiz sombreado en el césped. Al llegar a la plaza, el deslumbrante blanco de los edificios, el Palacio Patriarcal y la Catedral Ortodoxa, hiere los ojos. En contraste, los hábitos negros de popes y monjas, en continuo movimiento como de hormigas estresadas, dan vida a un lugar que parece detenido en el tiempo.




Es la colina donde siempre estuvo el poder político y religioso, desde 1650, se construyó el Palacio de la Gran Asamblea Nacional de 1881, para institucionalizar el poder de la nueva monarquía constitucional, con Carlos I Hohenzollern recién coronado. Ahora es el Palacio del Patriarcado.




Carlos I, con un programa de modernización arquitectónica y urbanística, se propuso hacer de Bucarest una capital digna de una monarquía. Mandó construir un Palacio Real en el centro de la ciudad, a tono con los palacios del resto de las naciones europeas a las que quería parecerse, aunque solo Carlos II en los años 30 pudo disfrutarlo. Una glan escultura ecuestre del rey lo señala con el dedo. 




Hasta un Arco de Triunfo se levantó en el centro de la ciudad, copiando al francés, para recordar que Rumanía estuvo entre los vencedores de la 1ª GM.


En su afán por partir de cero, el régimen comunista de Ceaușescu construyó el Palacio que no solo debería dejar en nada al Palacio Real, a la Asamblea y la Catedral, sino que debía ser el más grande del mundo. Hay un doble juego de espejos en Rumanía, si Elena se miraba en María, Nicolae se mira en Carlos I, su némesis.




El nuevo poder ha sido más modesto, a tono con la contención de la Unión Europea se ha conformado con restaurar edificios y renombrar una plaza como de la Revolución, la que, en diciembre de 1989, un sacerdote inició en Timisoara, expulsando a la pareja Ceaușescu del poder y de este mundo a cambio de unos mil muertos.


Se propuso demoler la Casa del Pueblo de Ceaușescu, pero no lo hizo. Trasladó a una parte del edificio el Parlamento, otra la dedicó a museos, oficinas gubernamentales y salas de conferencias. Aun así, buena parte del mastodóntico edificio sigue sin uso conocido.




En el afán por no perder el paso, la nueva Bucarest utiliza los fondos europeos para construir infraestructuras y restaurar patrimonio. La ciudad que conocí en 2004 nada tiene que ver con esta. Un gran cartel por toda la ciudad anuncia una conferencia de Michu Kaku, un conocido divulgador de las maravillas del futuro.




Nos despedimos de la ciudad asistiendo a un concierto (algunos suertudos se fotografiaron con Kristjan Järvi y Vlad Stanculeasa con una cerveza) con obras de Mendelssohn y Sibelius en el edificio más bello de la ciudad. Fue en 1888, con Carlos I, cuando se construyó un coqueto edificio circular abovedado, la sala de conciertos principal, el Ateneo Rumano, sede de la Orquesta Sinfónica, por suscripción popular con el lema "¡Dona un leu para el Ateneu!". Si todo en Bucarest suena a imitación y simulacro, como en cualquier otra ciudad europea, el Ateneo Rumano busca en el Panteón Romano la fuente de legitimidad, no en vano el idioma y el nombre del propio país derivan de la antigua Roma.


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