viernes, 18 de octubre de 2024

Bucarest, de la monarquía constitucional a la caída de Ceaucescu

 


Nos habían puesto en una habitación con cama de matrimonio. Bajamos a reclamar. Miraban en el ordenador, cuando se presentó un repartidor de O'Globo. El recepcionista le preguntaba en rumano, luego en inglés, pero el chico no hacía ademán de entender algo. Tan solo mostraba en alto la pantalla de su móvil. Por el color de la piel y las maneras deduje que era de algún país oriental, a saber cuál. Noté un momento de desesperación en el recepcionista, y de impasible impotencia en el oriental. Al final, aquel le indicó la puerta del restaurante contiguo.


En Bucarest se ven pocos negros. La poca inmigración es asiática. Es un país básicamente de rumanos, una identidad que siendo conflictiva en ocasiones (minorías húngara y gitana, con alguna otra) se reafirma con respecto a los que vienen de fuera. El país se está reconvirtiendo a la economía de comercio y turismo, decayendo la agricultura y la industria, con fuertes ayudas de la UE. En el sector servicios es donde se ve la inmigración oriental.




Un recorrido por Bucarest debería seguir el rastro de la Rumanía moderna en la arquitectura, ahora de influencia francesa, ahora alemana, desde la unificación de Moldavia y Valaquia, independientes del imperio otomano, hasta el fin de la familia Ceaucescu. 


Por los mismos años que Prim buscaba un rey constitucional para España por toda Europa, Alexandru Ioan Cuza, gobernador provisional desde 1859, lo buscaba para Rumanía. Lo halló en Carlos I Hohenzolern, en 1866. Poco después, en 1878, se unieron Besarabia y Dobruja. Solo tras la Gran Guerra, gracias a la derrota del imperio austrohúngaro, se produjo la soñada unión con Transilvania, en la Asamblea de la unificación de Alba Iulia, en 1918, ya con Fernando I. 





Peor suerte tuvieron con su tercer rey, Carlos II, que, desde 1930, se entregó al gobierno de una derecha cercana al fascismo, la Guardia de Hierro primero de Corneliu Zelea Codreanu y después de Antonescu, deportador de judíos a Auswicht. Su acercamiento a Alemania le pasó factura. Tras la 2ª GM, perdió Besarabia (hoy República de Moldavia y parte de la Bucovina, hoy Ucrania).


En 1947, se abolió la monarquía y se proclamó la república popular. El periodo comunista de Nicolae Ceausescu se inició en 1965 y acabó tragicómicamente en la Navidad de 1989.






La última visita debe ser, cómo no, a la pomposa y estupefaciente Casa Poporului, que el Conducător mandó construir para el futuro que Él presumía eterno. Solo el Pentágono lo supera en tamaño, quinto edificio más costoso de la historia. Elevado sobre una colina, tras demoler una gran área urbana (doce iglesias, dos sinagogas, tres monasterios y más de 7000 casas), exento, en una especie de isla urbana en la que confluyen varias avenidas, con doce pisos de altura y otros ocho subterráneos, suficientes para poder sobrevivir en caso de fin del mundo, visible desde las avenidas principales, había de ser la Obra con la que todo hombre que ha alcanzado el poder supremo sueña. 





Como la Iglesia ortodoxa no quería quedarse atrás en su afán de perdurar eternamente, al lado de la Casa del Pueblo, desde el 2018 se está acabando de construir la Catedral de la Salvación del Pueblo Rumano, la catedral ortodoxa más grande del mundo y el edificio más alto del país e igualmente feo.




Imagino la cara del Tovarăș de todos los rumanos cuando en Tergoviste, en la Navidad de 1989, un hombre lo recogió en el lugar donde lo había dejado el helicóptero y lo llevó a la policía, imagino la cara del Năpăstuitul, cuando le juzgaron en juicio exprés, imagino la cara del afligido antes del fusilamiento, cómo aquellos que tanto le debían y temían ahora lo vejaban de ese modo, mudo ante quienes le trataban como a un vulgar migrante en tránsito, las palabras con sentido le habían abandonado, ya no le servían para permanecer en este mundo.




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