jueves, 17 de octubre de 2024

En el desfiladero del Zărneşti

 ¡Oh, madre, dulce madre, del fondo de los tiempos

siento que entre el murmullo de las hojas me llamas!

Sobre la cripta negra de la sagrada tumba,

se deshoja la acacia al soplo del otoño

y sus ramas agita, tu voz acompañando…

Ellas se mecerán y tú dormirás siempre.

(¡Oh, madre! de Mihai Eminescu. Versión de Rafael Alberti y María Teresa León)

 



Bajo una lluvia fina hacemos nuestra última ruta por los Cárpatos. La humedad ambiental nos llena de frío. Nos abrigamos y nos ponemos chubasqueros. Caminamos por el desfiladero del Zărneşti. Enseguida nos desviamos por un sendero empinado bajo un bosque en el que se mezclan las hayas y los abetos. El sendero está bien indicado por gruesos trazos amarillos. El otoño siembra de colores el camino. El dosel de hojas de haya que cubre nuestras cabezas ilumina el bosque aunque sin la fuerza que le daría el sol.




Cuando deja de llover, la niebla cubre las cumbres. Pensábamos tomar la cerveza de rigor en la Cabaña Curnatura, un albergue de montaña, pero está cerrada. Adivinamos desde el mirador, donde damos cuenta de magros bocadillos, las cimas altas y rocosas de las montañas Piatra Craiului. No aguantamos mucho por el frío, nos ponemos en marcha bajando por una pista igualmente alfombrada de amarillo.




A este paisaje lo convirtió en protagonista el poeta romántico Mihai Eminescu (1850-1889), a quién se considera "el creador del idioma rumano moderno". Nació en un pueblo campesino de la Bucovina, y en un proceso inverso al de Paul Celan, dejó el alemán familiar en el que comenzó escribiendo por el rumano al que se entregó en cuerpo y alma. Como Paul Celan estudió en Cernăuţi -hoy Chernivtsí y antes Czernowitz, Cernăuți, Tshernovits, Czerniowce, Csernovic, Chernovtsy, y en la época del Principado de Galitzia, Chern- la capital cultural del Imperio de los Habsburgo en la Bucovina. 


La vida de Eminescu no fue fácil, era mal estudiante, culo inquieto y con problemas psíquicos (estuvo en hospitales psiquiátricos) le costaba ganarse la vida. En la misma Czernowitz, trabajo primero como bibliotecario y luego en el mundo del teatro, recorriendo las provincias rumanas para captar el rumano dialectal y construir una lengua común. 

La vida y la obra de Mihai Eminescu marchan en paralelo con la formación de Rumanía como nación. Las tres grandes regiones del país se unían y Eminescu las recorría. Contribuyó a crear el imaginario en que sustentar dicha unión.




La familia de Eminescu disponía de una finca con bosque, huerto, lago, riachuelo y tilos centenarios. Allí estableció un vínculo con la naturaleza, que no abandonaría en toda su obra. Cuando murió, joven (39 años), fue enterrado junto a un tilo, el árbol simbólico por excelencia de la poesía romana.

El largo paseo de bajada, entre los paredones del desfiladero, por entre los altos abetos de tronco negro, cubierto de líquenes, y las hayas otoñales, deja la mente libre para empaparse de naturaleza. No lejos, nos husmea el oso -Pilar, la de Ávila, lo ha visto dos veces, pero ni siquiera el oso es un hecho diferencial. Este bosque no es distinto de nuestros bosques, no lo es el desfiladero como tampoco los rumanos son distintos. La diferencia la pone cada uno de nosotros en la particular mirada sobre las cosas que nos acompañan. La Unión Europea puso fin, al menos de momento, al sueño romántico de las naciones diferenciadas, fuertes, poderosas, que en muchos casos acabó en pesadilla.

Eminescu está en el despertar de la conciencia nacional rumana, en lucha para liberarse del Imperio otomano y en forjar una patria que había de unir a todos los rumanos en un solo estado. En la mente colectiva de los rumanos Eminescu es el poeta.




Atardecer en la colina, de Mihai Eminescu

El cuerno quejoso suena en la colina, suben los rebaños, brillan las estrellas, las aguas responden, gimiendo en las fuentes; bajo las acacias, querida, me esperas.

La luna atraviesa clara y santa el cielo, tus ojos contemplan el raro follaje, las estrellas húmedas nacen en lo alto, tú estás de ansias llena y de amor tu seno.

Las nubes resbalan, sus rayos se estrían, levantan las casas sus techos vetustos, la roldana al viento chirría en el pozo, el valle es de humo, las flautas murmuran.

Hombres fatigados, la hoz sobre el hombro, vuelven de los campos; la toica resuena, la campana llena con su voz la noche, y mi alma se quema de amor en tu fuego.

¡Ah!, pronto en el valle el pueblo se duerme, ¡ah!, pronto mis pasos hacia ti me llevan. Cerca de la acacia pasaré la noche e incansablemente te diré: te quiero.

Las cabezas juntas, una contra otra, bajo la alta acacia nos adormiremos ¿Quién la vida entera no la entregaría por una tan bella, tan dichosa noche?

(Versión de Rafael Alberti y María Teresa León)

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