viernes, 18 de octubre de 2024

De la Iglesia-fortaleza de Prejmer al Castillo-Palacio de Peleș




 Amanece con una capa de escarcha sobre el verde. La mañana es más fría, con algún grado bajo cero. Dejamos definitivamente Vama Buzaului para ascender hacia el bosque protegido de Sinaia y llegar al castillo-palacio de Peleș, de vuelta a Valaquia.




Antes visitamos la iglesia fortificada de Prejmer, del XV, construida por los sajones caballeros teutónicos, sobre una basílica anterior, cuyos restos de pintura aparecen en la superficie rascada del brazo derecho de la cruz latina. Desde el exterior, la fortaleza parece una plaza de toros blanca, marcada rítmicamente por arpilleras. Restaurada varias veces; en el interior, la iglesia, tras la reforma luterana es ahora Iglesia evangélica con culto vivo. 


Tríptico de la crucifixión 


Es notable el tríptico gótico de la Crucifixión, de entre 1450 y 1460, con los personajes vestidos a la manera sajona. Pegadas al muro interior de la fortaleza circular, hay celdas, talleres y salas que conservan elementos de su antiguo uso, un bonito museo etnográfico. La luz nítida de la mañana, junto con los estirados robles y abetos, hace que cualquier rincón sea fotogénico. Como este abeto azul que enmarca la torre de la iglesia.



En dirección al castillo de Peleș, montaña arriba bordeamos una vez más Brasov, entramos en el Parque Natural de Bucegi, con el juego de colores del otoño resplandeciendo en las estribaciones de la montaña. Junto a la carretera, se suceden los pueblos turísticos de montaña, entre ellos Sinaia, ciudad que fue, cómo no, austrohúngara.




Construido a finales del XIX, entre 1873 y 1914, en un estilo neogótico, imitando a los palacios bávaros, fue expropiado por los comunistas en 1948 y devuelto a la Casa Real de Rumanía en 2007. Desde 1990 está abierto al público como museo. Uno de los monumentos más visitados de Rumanía. 




Carlos I Hohenzolern para dar empaque a la monarquía recién inaugurada de Rumanía se hizo construir un castillo neogótico en los Cárpatos. Escogió un lugar y un diseño de cuento gótico, lo decoró con un estilo más rococó que barroco, hasta el punto de que no hay lugar, en cámaras y antecámaras, en estudios y escalinatas, en los que el ojo pueda reposar en vacío: maderas nobles y oscuras, espejos de fantasía, esculturas nuevas y de imitación, pinturas clásicas y art nouveau, panoplias de países con tradición, tapices y alfombras, salones turcos y versallescos. El nuevo rey se sentía en la obligación de mostrar un gusto antiguo que rivalizara con sus pares europeos.




De algún modo es el sino de Rumanía. Llegó tarde a constituirse como nación, tarde en seguir el ejemplo de otros países unificando su lengua, tarde en asentar sus instituciones. Optar por la monarquía era una forma de asemejarse al resto de países europeos. Cuando levantó palacios museos y ordenó urbanísticamente las ciudades se miró primero en el espejo de Alemania y luego en Francia. París se convirtió en La Meca para los escritores y artistas.




En el periodo de entreguerras, entre 1918 y 1939, Rumanía vivió una especie de edad de oro. El músico George Enescu, el escultor Constantin Brâncuși, los escritores Tristan Tzara, Eugène Ionesco, Emil Cioran, Mircea Eliade. Tras la guerra, muchos se establecieron en París, donde continuaron su obra o escribieron en francés.

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