Llegamos a Brasov de nuevo, lo sobrepasamos, subimos por la carretera con no demasiadas curvas hacia la estación de esquí de Poiana Brasov. Nuestro objetivo, hacer una ruta de montaña, zigzagueando por entre las pistas de esquí ahora verdes, sobre las que cabalga un teleférico, hasta llegar a un pico, el Vârful Postăvaru, no muy alto (1799 m), con desnivel aceptable (900m), pero con espectaculares vistas: una panorámica de 360° sobre los Cárpatos y unas cuantas ciudades.
Un país es antes que nada un paisaje. El paisaje no lo da la naturaleza, lo crea el hombre. El hombre que lo camina y lo organiza. Las ciudades terminan por parecerse como gotas de agua unas a otras, siguiendo un modelo que se repite. Primero Roma, luego París, después Nueva York. El paisaje mira hacia el pasado, es el reflejo de una economía y de una sociedad que desapareció o esta a punto.
Uno ve los campos de cultivo trazados con tiralíneas, convertidos en geometría, las casas agrupadas en poblaciones, los tejados las fachadas, el tipo de tejas, hay una cultura que se fue adaptando de una manera precisa.
Lastimosamente muchos la deshacen al traer formas de vivir de otros lugares que afean lo que era bello.
Cuando aún no existían ni muertos ni inmortalesni manantial había ni almendra de la luz,ni nacido mañana, ni hoy ni luego ni siempre,porque todas las cosas eran tan sólo una;cuando la tierra, el cielo, el aire y este mundoestaban en el número de lo que no existía,entonces Tú eras solo, por eso me pregunto:¿A qué Dios entregamos, humilde, el corazón?
(La oración de un Dacio, de Mihai Eminescu. Versión de Rafael Alberti y María Teresa León)
Uno sale fuera de la ciudad como sale fuera de sí para reencontrarse, para buscar lo perdido, para ver cómo era la tierra. Esta tierra antes de que el hombre pusiera mano sobre ella. Rumanía antes de Ceaucescu, Rumanía antes de Trajano, Rumanía antes de ser Rumanía.
Cuando termina la ruta nos agrupamos en una terraza. Dejamos que la cerveza recorra el gaznate. La terraza ofrece unas vistas mejores que las del pico que acabamos de dejar. Todo el mundo está contento. El verde cercano y el azul lejano euforizan. Hay una comunión natural con los hombres que nos precedieron, que pasaron por aquí y dejaron huella. Desde arriba, desde el mirador, la ciudad, Brasov parece más hermosa.
Nos alojamos durante 7 días, 4 + 3, en la casa familiar de Emil, nuestro guía. En su casa y en dos más, en el pueblo. Su madre Elena nos prepara el desayuno y las cenas. Es simpática y servicial. Conocer la vida rural de Rumanía está bien, estos pueblos alargados, kilométricos, a lo largo de la carretera, con la Iglesia lejos, y el Ayuntamiento, y los servicios. Quizá han sido demasiados días. Quizá falte algún día más en Valaquia. Pero ¿cómo se llega, si no, a conocer a la gente, a la que permanece, la que no hace de la ciudad su hábitat natural?
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