Durante 20 años, entre 1949 y 1969, Helene Hanff, una mujer que quería dedicarse a la escritura, mantuvo correspondencia con una librería londinense de segunda mano, Marck & Co., en el 84, de Charing Cross Road, con la intención de que sus pírricos emolumentos le permitiesen hacerse con una parte del catálogo de clásicos ingleses que tenía entre manos. Durante veinte años se carteó con los empleados de la librería. Por las breves cartas conocemos los pequeños sucesos en la vida de la escritora y de sus corresponsales.
La historia que HH nos cuenta es veraz. Tenía en mente convertirse en escritora pero no tuvo éxito. Trabajo como guionista para el mundo de la televisión, las series que entonces comenzaban, e hizo adaptaciones breves a partir de historias de la literatura inglesa que iba leyendo, incluso se inventaba alguna con humor para distraer a sus corresponsales. Vivió con estrecheces y en sus últimos años necesitó ayuda. Esta recopilación de las cartas en formato libro, casi una novela, fue su verdadero éxito, prolongado en una película que, en 1989, protagonizaron Anne Bancroft y Anthony Hopkins (Netflix).
Una perspectiva de 20 años da para mucho. Con el objetivo proclamado muchas veces de visitar Londres y la librería, que no se cumplió hasta que ya había publicado el libro y después de que su principal corresponsal Frank Doel hubiese muerto, HH va tejiendo una trama de afectos que le llevan a contar lo que a ella le sucede en el mundillo del espectáculo televisivo neoyorquino, mientras sus corresponsales le cuentan cómo la vida londinense se reanima, tras las penurias de la posguerra. HH cuenta poco de su vida íntima, nada sentimental. Nos informa de sus cambios de empleo y residencia, de las celebraciones navideñas. Desde Londres, Frank Doel habla de sus hijas y de su mujer, de cómo crecen, viajan y se convierten en bibliotecaria la una y maestra la otra.
El relato comienza con el racionamiento inglés de la posguerra -HH, de buen corazón, a pesar de sus escasos recursos enviaba paquetes de comida a la librería- y la coronación de la reina Isabel y acaba con la llegada masiva de turistas americanos a Londres y un poco más tarde de que los Beatles pusiesen a bailar al mundo entero.
El asunto que hila las cartas es la referencias a clásicos de la literatura inglesa, las malas ediciones y las afortunadas, la calidad del objeto libro, encuadernación, textura, color, el fondo de percepción y sensibilidad, donde lo visual y lo táctil impulsaban la imaginación, que fue tejiendo la vida de los ingleses cultos o que, como en el caso de HH, aspiraban a serlo.
Si el lector, subsumido en lo digital, envidia con nostalgia ese mundo en extinción, la propia HH se sumerge en otro más antiguo, el mundo clásico del que, a través de sus lecturas, extrae historias ya casi olvidadas, como la de la legendaria Rodopis o Ródope, constructora, según la leyenda griega, de la tercera de las grandes pirámides de Gizeh, la de Micerino, pero a quien Safo acusó de robar las riquezas de su hermano, un comerciante griego establecido en Náucratis, colonia griega en el delta del Nilo conocida por sus prostitutas de lujo, o la del más cercano clásico inglés, el clérigo John Donne, famoso por sus sermones, de quien se burla, y divierte a sus lectores, inventándose que raptó a la hija de un noble y pasó por la prisión de la Torre de Londres.
De la concepción de la literatura que HH tenía, en estrecha ligazón con la vida, da cuenta este pasaje:
Acabo de tirar un libro que alguien me dio: era una evocación de la vida en la época de Oliver Cromwell..., solo que el zángano que lo escribió no vivió en tiempos de Oliver Cromwell , así que ya me dirás tú cómo puedes saber cómo fue. El que quiera saber cómo era la vida en tiempos de Oliver Cromwell no tiene más que dejarse caer en su sofá con Milton a un lado y Walton al otro, y ellos no solo le dirán cómo fue, sino que incluso lo trasportarán a ella.
Viendo la película, leyendo el libro, imaginando las historias que nos cuentan, procedemos como en un palimpsesto, levantando capas que nos remiten a mundos perdidos que tenían cosas importantes que decirnos y hemos borrado.
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Oui, je l'attends, je l'attends
Je l'attends que mon cœur aime
Oui, je l'attends, je l'attends
Je l'attends ce lequel un cœur aime tant
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