martes, 10 de septiembre de 2024

Sicilia

 


Una luz tormentosa, evanescente, nos recibe en el aeropuerto, tiñe de sombras brillantes el peñasco imponente y el mar cercanos. Hace tres meses que no cae una gota me dice mi compañera de viaje, y hoy se pone a llover. Aunque levemente como pidiendo permiso para no asustar a los desprevenidos. Luego veremos que las nubes se cargan rápidamente y tan pesadas que dejan caer goterones a lo largo del día, sin que llegue a llover, y caen sobre zonas en las que si miras hacia lo alto no ves nube alguna, todo azul. El viento en lo alto las arrastra lejos.


Nos cuesta entender cómo funciona el rent a cart. No tenemos teléfono ni dirección de la compañía. Al final entendemos que significa 'shuttle on arrival' cuando pregunto el primer hombre que encuentro a la salida por la compañía que estamos buscando, él era quien venía a recogernos para llevarnos a la oficina lejos del aeropuerto. 


La noche cae rápidamente, solo son las ocho y media, y conducimos casi a oscuras por una autovía sin carriles marcados. La mayoría respeta las convenciones del tráfico, pero hay bastantes que no. Tanto el hotel como el barrio que nos ha tocado son como viejos solteros decrépitos: alguna vez tuvieron lustre, se mantienen en pie con muchos desconchones. El viejo hotel debió ser imponente alguna vez; con grandes espacios interiores y habitaciones con vista a un hermoso jardín y al mar. En el desayuno veremos a los jubilados que ahora son sus huéspedes.


En las calles vemos contenedores hasta arriba, sin recoger. Nos cuesta encontrar un lugar donde cenar. Vemos un gran restaurante de pescado y frutos del mar, pero está vacío. Hay grandes cantidades de pescado y marisco sobre mostradores con hielo pero está casi vacío. Damos con un lugar de comida rápida. Nos preparan una pizza y la comemos allí, en la única mesa disponible. Hacía tiempo que no comía una pizza tan buena. 




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