martes, 10 de septiembre de 2024

1. Palermo (Sicilia)

 



Nos cuesta encontrar el tabacchi donde venden los billetes del tranvía para ir al centro de la ciudad. La mujer que lo lleva no hace ningún gesto de asombro cuando le pedimos no solo los billetes de ida hacia el centro de la ciudad, la Stazione Centrale, sino también los de vuelta. Nos cuesta encontrar la máquina de validación de los billetes. No la hemos encontrado. A la vuelta, ya caído el sol, comprenderemos. La máquina está en el interior del tranvía, pero nadie hace uso de ella, nadie tiene un billete que validar. Entra y sale gente en las diferentes estaciones sin control alguno. Entonces he recordado lo que oí la primera vez que visité Roma: qui non paga nessuno.




Palermo como toda ciudad italiana tiene una parte monumental y otra que no lo es. A lo largo y ancho de la ciudad se ven contenedores llenos, desbordados de basura, calles estrechas con adoquines o de asfalto, pringosas, relucientes, brillantes y resbaladizas. Hay una zona intermedia, justo antes de llegar a la parte monumental de la ciudad: grandes mansiones, antiguos palacios abandonados, convertidos en apartamentos con grandes desconchones, tiendas con el cartelito, 'vende' o 'vendese' y paradas callejeras extendidas por las aceras por doquier, con naderias a la venta que uno no imagina puedan hallar comprador, un albañal donde los hombres, italianos e inmigrantes indistintos, tienen el mismo color que sus mercaderías insignificantes.




Y un poco más allá, sin transición, el ordenado, colorista y lujurioso - por los colores y olores que asaltan al visitante-, mercado de Balleró, colmado de puestos que venden cualquier cosa: fruta riquísima de muy buena calidad y barata, arancinas, pescado y mariscos. Desde que la conocí, Italia me sorprendió por la distancia económica, cultural y de costumbres entre los muy ricos y la masa de la población, una distancia que se disolvía en el trato -convivencia-, de unos junto a otros, al contrario que en los países anglosajones, probablemente, herencia clásica que perdura, cuando los esclavos convivían con sus amos en la misma casa.


En una de las tiendas restaurantes, con las brasas a la vista, en una placita, nos sentamos a comer tras una mañana agotadora visitando la enorme riqueza monumental de Palermo. Los sicilianos suelen beber agua en las comidas, muy poca cerveza en comparación con españoles.





Palermo por su tamaño, algo menor en población y extensión, podría compararse a Valencia, incluso con una historia en común, cuando compartieron reyes aragoneses y luego españoles. En comparación Valencia está limpia como una patena y Palermo dejada de la mano de los plutócratas del norte de Italia.




Palermo, desde su fundación fenicia hasta su decadencia mafiosa (Cosa Nostra), tiene una historia inabarcable para una breve reseña. Fue capital de reinos distintos varias veces, dejando cada uno su huella monumental. Hoy podría perfectamente ser capital de un país independiente. Una visita rápida a la ciudad ha de detenerse en el Palacio de los Normandos con su extraordinaria Capilla palatina, donde se unen el mosaico bizantino con la artesanía del mocárabe islámico, la Catedral, la iglesia de San Cartaldo con sus cúpulas rojas, la iglesia de la Martorana y otro montón de iglesias barrocas. Imposible que alguna vez hubiera fieles para tanta iglesia.




Por la tarde, relajadamente, hay que pasarse por los quattro canti, el punto que divide la ciudad en cuatro por las avenidas en forma de cruz que parten de la pequeña plaza, centro geométrico, con cuatro esquinas monumentales retranqueadas, donde están representados los cuatro austrias españoles que dominaron la ciudad en el siglo XVII, cada uno señoreando una fuente: los cuatro ríos de la ciudad, las cuatro estaciones y las cuatro santas patronas de cada uno de los cuatro barrios. Aunque por encima de todas esta Santa Rosalía (aparece por todas partes), cuya fiesta se ha celebrado pocos días antes de nuestra llegada.




Siguiendo la avenida más monumental, la vía Vittorio Emanuele, que parte de los quattro canti, se llega al gran palacio de la ópera, el Teatro Massimo, en lo alto de cuyas escalinatas puedes sentarte para contemplar cómo por delante pasa la vida, tan lenta como fugaz. En Palermo hay tantos teatros y museos como iglesias. Después del rey de la unificación, la otra figura venerada es Garibaldi, por lo que el segundo teatro en importancia es el Politeama Garibaldi.




En Italia, y en Sicilia en particular, quizá también en la India, la vida se muestra estratificada, en fragmentos mezclados, la vida miserable junto al mayor de los lujos, estilos y épocas históricas, el esplendor de la Iglesia barroca, cuyos dioses y santos han alcanzado el mismo estatus que los del Olimpo grecorromano: quizá existieran en el pasado pero ya no, los palacios desconchados de la nobleza, el nervio irritado de los conductores de autovía pugnando por ser los primeros en llegar a ninguna parte.


No hay comentarios: