martes, 3 de septiembre de 2024

Alain Delon, el actor que enamoraba

 



En los años 60 y 70 la belleza era francesa, con algún apunte italiano. Algunos crecimos con Alain Delon y Brigite Bardot en el espejo del cine: la puesta al día del canon griego. Los directores se creyeron Praxiteles. El mundo parecía transparente, a un paso de la voluntad y del deseo. Pero hace tiempo que se llenó de niebla y artrosis: BB desapareció en la noche de los tiempos, inopinadamente Delon hasta anteayer seguía vivo. Volver hoy a sus películas es hacer arqueología, el proceso inverso. En la era del onlyfans, volver a aquellas películas es tan inocente como un ramo de flores a María. No había, por poner un ejemplo, ni una pizca de malicia en Plein soleil si la comparamos con la serie Ripley, ambas inspiradas en el personaje de Patricia Highsmith. Delon era tan guapo que parecía imposible mostrarlo perverso.




Los directores, y el primero de ellos Visconti (Rocco ei suoi fratelli e Il Gatopardo), estaban enamorados del actor francés. En Il Gatopardo Visconti lo muestra bello y juvenil, en uniforme militar, confraternizando con los revolucionarios de Garibaldi o de etiqueta en las fiestas aristocráticas con los amigos de su tío, el príncipe de Salina, en una Sicilia donde Lampedusa nos hacía creer que las cosas no habían cambiado desde la época de los griegos. No la habían cambiado los romanos ni los españoles, ni la harían cambiar los modernizadores de Turín que estaban unificando Italia. Il Gatopardo es un canto a la felicidad del vivir - carpe diem: el paisaje mediterráneo, el vino y el olivo, el cortejo amoroso, la interminable secuencia final en que la dicha se hace música y baile y el orden aristocrático, patriarcal por excelencia, severo pero tolerante, que hace que las cosas cambien lo justo para que todo sea igual. Delon enamora a todos, tanto a hombres como a mujeres, desde el director, gay y comunista, hasta la última en llegar, una Claudia Cardinale algo pasada de rosca. Visconti, como Fellini o Sorrentino, concibe el cine como una obra de arte total cuyo objetivo es la felicidad.


Cuando madura, el bondadoso Delon se transforma en el bello perverso. Esa faceta había aparecido en Plein soleil, una película fallida por mucho que algunos la vean como la mejor versión de Ripley. Los actores no son creíbles, y el que menos Delon: no hay manera de reconocer en él al personaje creado por la Highsmith; aunque la culpa la reparta con el director, René Clement, incapaz de mostrar el contexto en el que juega la perversa personalidad de Ripley.




La piscine (1960), de Jacques Deray, en cambio, es otra cosa, una de las mejores películas de su catálogo, un thriller de celos cruzados: en la peli todos son guapos; empezando por la tan juvenil como inexpresiva Jane Birkin, que hace lo que parecía imposible, trastornar a Alain Delon, que la prefiere a una exuberante Romy Schneider, a su personaje en realidad. El actor de solo dos caras, la impasible y la del ceño fruncido, comienza a matizar. Quienes lo entendieron sacaron de él lo mejor que podía dar: Le samouraï de Jean Pierre Melville por encima de todas. (Hay una muy mala versión moderna de La piscine, A Bigger Splash, de 2015, con un Ralph Fiennes desatado).




En esta Alain Delon luce elegantísimo con un sombrero fedora, gabardina con cuello levantado y un cigarrillo permanente en los labios. Es un sicario pero se lo perdonamos como se lo perdonan sus mujeres que siendo testigos del crimen se niegan a delatarlo. Delon se deja querer sin manifestar preferencias; hasta el pajarillo enjaulado de su apartamento le avisa del peligro que se cierne sobre él. Melville llevó a la cima al noir francés: usó el color, aunque nadie lo diría porque predominan las atmósferas en claroscuro -yo la recordaba en blanco y negro- la geometría de líneas rectas, los espacios casi desnudos, el jazz, y hasta Delon parecía ganarle el pulso a Jean Gabin. Un clásico, sin duda. Si alguien quiere recordar el fenómeno Delon es esta la película que tiene que ver.


Melville comprendió que los papeles que mejor le iban a Delon eran los de malote con un punto justiciero. Además de en El samurai lo cultivó en otras películas como Círculo rojo (1970) y Crónica negra (1972). Pero el hallazgo se fue convirtiendo en fórmula, guiones esquemáticos y personajes de cartón piedra. Han envejecido mal.




Otro que lo comprendió fue Pierre Granier-Deferre que lo dirigió en la notable La viuda Couderc (1971). En la trama, basada en una historia de Simenon, Delon interpreta a un personaje turbio, un convicto escapado de la cárcel que llega a la casa de una viuda campesina, enfrentada al resto de su familia, un personaje amoral pero capaz de una fidelidad insospechada.


Las mujeres, en general, se enamoraron de él (hasta Marta Sanz en un recuente artículo), los hombres vieron en él al héroe de la penúltima masculinidad, justo antes de ser condenada a perpetuidad.




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