lunes, 5 de agosto de 2024

McGlue, de Ottessa Moshfegh

 



Cada pocos meses, no llega al año, en las letras inglesas, vibra en el aire la pulsión de encontrar al gran escritor desconocido, toma el relevo en la carrera por escribir 'la gran novela americana', la busca del escritor, o mejor escritora, que nos descubra un nuevo mundo. Ahora Catherine Lacey y Ottessa Moshfegh están en línea de salida. En lo de que la preminencia por descubrir sea mujer no discrepo, pues mis últimos descubrimientos han sido mujeres. Me resulta más difícil de aceptar que me puedan avizorar un nuevo mundo.


Me despierto.

Tengo tiesa y babeada de marrón la pechera de la camisa. Me supongo que es sangre seca y que estoy muerto. El aire del océano me convence de que dude, de que gire la cabeza en dos o tres embestidas hacia los pies. Tengo los pies en el suelo. A lo mejor es que me he caído de bruces en el fango. Sea como sea, sigo demasiado borracho como para que me importe”.


La proeza literaria de Ottessa Moshfegh consiste en ponerse en la mente de un hombre que amanece con la cabeza rota, con una resaca incurable, lleno de vómitos y amarrado a una pata de cama en la bodega de un barco. Para el lector es fácil prever adónde le llevará ese interrogante inicial. Qué ha hecho, qué le ha llevado hasta ahí, y, presumiblemente, cuáles han sido las circunstancias sociales que le han conducido a la ruina. De todo nos irá dando noticia la autora en una lectura que se torna desarticulada, a ratos difícil de ensamblar, aunque quizá no tanto como cabría esperar. Porque el meollo de la literatura no está en los porqués sino en el cómo. La cabeza de McGlue, el protagonista y narrador, no está tan desordenada como cabría esperar en un hombre con una resaca tan terrible y con el cráneo partido por una herida que no ha cerrado y que, además, como consecuencia de su desorden interior, intenta agrandar dándose golpes contra la pared o ensanchándola con las manos o con cualquier objeto que tenga a mano, pues en muchas de las frases que transcriben su monólogo interior hay orden y secuencia. A través de ellas sabemos qué ha hecho o de qué se le acusa, del homicidio de Johnson, amigo y antagonista a la vez, con cuyo espectro dialoga, a quién pide una botella más, compañero de correrías y borracheras, de trapacerías y violencias; contrafigura social, él, McGlue, superviviente de un hogar roto, con hermanos muertos y madre desvalida, frente a Johnson, con mucho dinero en el bolsillo y la oscura voluntad de que el destino fatal se cruce en su camino. No hay nada nuevo pues en la descripción del furor de los condenados y de la insatisfacción de los elegidos.


Me imagino que es el hábitat natural de Johnson, una cuna llena de mullidas almohadas de tela. Salió a la búsqueda de estos putos pastos fangosos normales y corrientes, la mierda que yo le enseñaba. No era más que un estudioso de la miseria. Tenía esa idea de que podía encontrar algo como la gracia o la victoria si aniquilaba su buena fortuna, si escogía lo peor. Para contestar a la pregunta de qué iba a hacer con su vida decía que seguir el camino más pútrido, arruinarla”.


La cuestión es sí, al ponerse en lo más bajo de la degradación de un hombre, en la sentina del alma, se puede obtener algo que ilumine la condición humana. Ottessa Moshfegh nos ofrece algunas frases brillantes, chispazos en la intersección entre la luz y las sombras, pero no nos dice nada que sitúe el contexto en el Salem de las brujas de 1851, tampoco la brutalidad de los poderosos hacia los humildes, o el mundo a nuestros ojos infame de aquella época, de cuánto los afros eran negros, los gays maricas y las mujeres objeto de una violencia espantosa (escena de la tabernera Mae). Todo eso ya se ha dicho y está asumido. Transcribir lo que sucede en la mente devastada era la performance que el lector esperaba, a medio camino entre la facilidad de Me llamo Lucy Barton, de Elizabeth Strout, y la dificultad de El ruido y la furia de Faulkner. Hay una contradicción difícil de asumir entre la cabeza rota del prota y el pensamiento progresivamente ordenado que sale de ella. Una transcripción exacta de un cerebro así solo está al alcance de los neuropatólogos.



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