martes, 6 de agosto de 2024

En busca de Oriente

 



¿Puede uno encontrarse a sí mismo sin haber experimentado en el curso de su vida la rebelión, es decir, puede uno llegar a ser libre? Todas las vidas parecen diferentes por más que se desarrollen en un contexto parecido, pero, ¿cuántas son libres? Es posible que la mayor parte de las personas no se haya planteado nunca rebelarse contra lo establecido. Todos tenemos una biografía, algunos han pensado la propia vida, pocos la han escrito. Como escribió Sartre, no hay libertad sin rebelión. ¿Es preciso romper con el mundo propio, el mundo recibido, para comprender el mundo, para tener una vida propia?


En quête de l'Orient perdu. Entretiens avec Jean-Louis Schlegel (En busca del Oriente perdido) es un libro ejemplar. Que tenga el formato de entrevista ayuda a huir del solipsismo fanfarrón, también del orden póstumo que suelen tener las biografías, como si la vida desde el principio estuviese ordenada hacia un fin. El entrevistador prefiere un orden temático. Olivier Roy, el entrevistado, se convirtió pronto en un conocedor de los países musulmanes de Oriente. Antes de entrar en la universidad hizo su primer viaje, sin recursos, a Afganistán. Aprendió persa, en sus variantes tayika y pastún; al ir solo trabó contacto con la gente y el paisaje de las diferentes tribus que habitaban el país. Sin desdeñar lo que otros escribieron antes que él, el conocimiento le llegó del territorio y de la convivencia con la gente. La década de 1980 la dedicó a Afganistán, también se movía por Irán y Pakistán. Escribió su primer libro, las instituciones académicas y políticas francesas le pedían opinión. Se convirtió en un experto.


En los 90 ya no era un joven entusiasta viajero, sino un respetable académico y escritor, a quién consultaban los servicios secretos, franceses y americanos, incluso los rusos de la época de Gorbachov. Le llegó el momento de conocer los países poscomunistas del Asia Central, con especial dedicación a Tayikistán, donde llegaba como delegado de la OSCE, de la ONU o del gobierno francés. Si en su primera década viajera asistió a la guerra en Afganistán entre los muyahidines y los soviéticos, siempre de lado de aquellos, en los 90 vivió de cerca la formación de los nuevos países tras la caída del comunismo y la guerra civil en Tayikistán. Olivier Roy conoció los diversos bandos implicados, participó en negociaciones, dio conferencias, escribió libros para cada ocasión.




El conocimiento más valioso que Roy adquirió fue sobre islamismo. Sobre él se le consultaba como experto. Olivier Roy distingue entre religiosidad y religión. La religión va de saberes abstractos, de teología; la religiosidad es la que viven los hombres de a pie en su vida cotidiana, donde la religión se cruza con los hechos culturales, los códigos de comportamiento y la evolución del mundo en general. El Islam no es uniforme, hay tantas formas de vivirlo como países o grupos tribales. Pensar en un Islam político es un error, allí donde se ha ensayado ha fracasado: los hermanos musulmanes en Egipto, el Ennada tunecino, incluso el chiísmo en Irán no es un ejemplo victorioso: al igual que el comunismo en Cuba, el régimen de los ayatolas ha creado un sistema esclerótico que ha secularizado a su población. Del mismo modo, la apreciación general sobre los fanáticos islamistas está equivocada. Frente a la radicalización del Islam que defiende Gilles Kepel, Olivier Roy defiende la idea de un radicalismo que se ha islamizado, que recoge la insatisfacción o la angustia de jóvenes desterritorializados, sin país, sin raíces nacionales o tribales, que se van a combatir a Afganistán; se apuntan a al Qaeda o al salafismo como oposición al globalismo que deshace culturas y formas de vida tradicionales, más por nihilismo que por religiosidad.




Este es un libro ejemplar porque está estructurado de modo que nos muestra la relevancia de los temas y cómo Roy ha llegado a su posición. Frente a la idea generalizada, tomada de las ciencias duras, de que hay que partir de una idea fuerte, pronto convertida en teoría y paradigma en los centros del saber, sin prácticamente poner pie en el terreno, él defiende en las ciencias humanas la intuición y el contacto con la gente y sus experiencias. El entrevistador le interroga sobre su formación, no de forma secuencial, sino salteando entre los temas: la familia y la escuela dominical protestantes, Lycée Louis-le-Grand, la revuelta juvenil del 68, los Maîtres a Penser de la época, su matrimonio con una mujer cristianosiríaca del kurdistán, sus conocimientos de primera mano tanto de las gentes como de sus líderes, aquello que fue dando forma a su personalidad y a su manera de entender el mundo.



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