viernes, 23 de agosto de 2024

Emanciparse

 


Rastreamos en la arqueología los orígenes de la civilización. Qué ha llevado a nuestro actual modo de pensar el mundo, a nuestras prácticas, a cómo la moral convencional se ha ido consolidando y la sociedad organizando tal como la conocemos. ¿Y si hiciésemos una arqueología de nuestra propia cosmovisión, la forma de organizar nuestro pensamiento y nuestra conducta personal? Algunos muy pocos escarban en el pasado: ¿Nos enfrentamos alguna vez a la autoridad? ¿Pusimos en cuestión las ideas recibidas? ¿Hemos sentido alguna vez la experiencia de ser libres? ¿Acaso lo común no es la conformidad? En el pasado, llegado a un cierto nivel de ingresos, uno entraba en un club, una sociedad, un partido, opositaba a una institución, escalada hasta un nivel que le permitía su competencia, y más allá sí tenía los contactos adecuados. En las élites todavía se hace así. En la amplia clase media la pertenencia es simbólica: uno cree pertenecer a un grupo, o lo ansía o lo simula. 


En la política hay partidos que se ofrecen a esas expectativas, se articulan como deseos, ofrecen una imagen de la realidad en la que combinan una idea de organizar el mundo con la promesa de un bienestar personal. Quien tiene un trabajo y un sueldo medio, a ser posible en el sector público, no solo no quiere perderlo, cree merecerlo y espera que el sindicato o el partido a cambio de fidelidad no solo lo asegure, sino que amplíe los derechos que cree merecer. "El mundo es imperfecto e injusto, pero mi pequeña parcela de seguridad es intocable". La desigualdad en que se asienta la posición y seguridad personal respecto a los que están por debajo se compensa con una imagen de sí como activista o luchador por la justicia, la paz y contra el hambre en el mundo, en el mundo lejano no en el cercano. Es un activismo simbólico, irreal, construido sobre hipótesis o ideas que se niega a confrontar con la realidad: no aceptará estadísticas o datos que contradigan sus ideas, bien fijadas; confrontado, dirá que han sido manipulados por los grandes poderes que gobiernan el mundo.


Todavía ves, y te preguntas, a esa mujer joven subir las escaleras que conducen a la iglesia, a esa familia con dos niños de no más de 10 años; te preguntas cómo se fueron fijando las sinapsis. Por qué habría de ser diferente en el resto de la gente. Puede que haya gente que cuando milita, real o simbólicamente, cuando vota, piense en la utilidad: el bienestar general, la reforma de la ley, el progreso, la justicia, pero está claro que hay partidos y asociaciones dañinas, aunque sus miembros militantes o votantes no lo consideran así porque no lo ven o porque no lo quieren ver o porque la ceguera es útil a sus intereses particulares, a su paz interior. A día de hoy traspasar el umbral de una iglesia, sentarse, arrodillarse o ponerse de pie es menos dañino, de hecho no produce ningún mal, que hacerse feligrés de algunas iglesias laicas. (Menos amigable me parece que haya ciudades que coronen vírgenes o que como en esta cada 15 de agosto se renueve el voto a Santa María la Mayor o que el delegado del Papa, en este momento preciso, presente sus credenciales ante Maduro).


Sigue siendo un misterio por qué en algunas mentes no se ha producido la ruptura de sinapsis que deje la conciencia tambaleante. Hace siglo y medio rompimos las cadenas de la esclavitud material. Ningún estado con Constitución y leyes concibe que un hombre pueda ser esclavo de otro hombre. La esclavitud mental no se ha roto del todo.


“Una creencia ideológica absurda es una forma de señalización tribal. Significa que uno considera su ideología más importante que la verdad, la razón, la cordura. Para los aliados, es un juramento de lealtad inquebrantable. Para los enemigos, es una muestra de amenaza.”. G. S. Bhogal

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