jueves, 4 de julio de 2024

De Aranda a Sardón de Duero



Todo comienza y acaba en La senda del Duero que es la excusa para hacer la ruta veraniega en bici. Hay paisajes terrenales y humanos, pueblos que no has visto y te sorprenden, escenas pilladas al azar, como la agria discusión de una pareja de mujeres en un piso de una calle arandina que tenía a todo el barrio en vilo, animales que te salen al camino, sorprendidos más que tú, corzos que corren en paralelo, intuyendo un peligro que no existe en el marchar de tu bici, águilas ratoneras que se posan en un poste para verte pasar, ratoncillos que no has visto en el camino y desventras muy a tu pesar, hombres al resguardo de un tractor, detrás de un portalón, que balbucean cuando les pides el mejor modo de llegar a una dirección, que se deshacen en una torpe amabilidad, restaurantes caseros de muy buena cocina -como La puerta de la Ribera en Sardón- que aún existen, aunque si hemos de creer al mainstream su tiempo ya pasó. El verano es la ilusión del tiempo que recomienza. Lo que pudo ser, lo que podría ser, incluido el amor verdadero que desgraciadamente desfallece antes de comenzar. 




Burgos en el imaginario fue una tierra de guerreros, Valladolid, como Soria, una de monjes austeros pero igualmente guerreros, que a través de viñedos se unen en una arrogancia de nuevos ricos, con sus aparatosas bodegas y su publicidad provinciana, que ya en los nombres dejan ver su tosca mendacidad. A lo largo del río, sobre el verde de las vides, se ven esos innecesarios memotretos encargados a arquitectos de prestigio. Cuanto más gráciles y funcionales las bodegas subterráneas que cumplían sin aspavientos su función. 




Si quieres tener la experiencia del Duero procura no recorrerlo después de un periodo de lluvias. No quiero mostrar los desgarrones, las heridas, las picaduras en brazos y piernas porque sería exhibición. Adentrarse en la senda del río es una aventura que un valiente ha de arrostrar. No son solo las zarzas enmarañadas, las ramas y troncos caídos, es la propia senda que ha perdido pie y no ha dejado paso, es la vegetación crecida, las ramas a la altura de los ojos, la fosca amenaza que te espera al otro lado de la curva.




Quién no diría que hay momentos placenteros: la salida por la larga senda de Aranda, el perfil de Roa, el monasterio de Valbuena, dedicado a las Edades del hombre, Retuerta, el puente de San Martín de Rubiales, Peñafiel, la desembocadura del Duratón, Pesquera y por fin el camino que se alza en medio del río Duero y el canal que le roba el agua para satisfacer la sed de Valladolid.

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