lunes, 10 de junio de 2024

La Hermida 2024

 



Lloviznea. Aparco en Bridgestone. Son las 7 de la mañana; en el bus la gente habla excitada: las palabras caen del diccionario sin llegar a organizarse con sentido. En Posada de Valdeón, un café con Germán y Marta mientras el grupo se adelanta. Los vecinos miran en la tele imágenes de raquíticos mítines en tribunas improvisadas: la grave inconsciencia de la política europea. Puestos a caminar, subimos lentamente al Mirador del Rebeco (del Tombo), un punto desde el que los escritores han improvisado sus ripios sobre los Picos de Europa (abundan hasta la náusea), para bajar, después, al Chorco de los lobos y, con algo de brusquedad, hasta Caín: y ahí una cerveza junto a la cascada que se abre en dos para caer sobre el Cares. Un hombre parlanchín, con la cerveza en la mano, se dice leonés y afirma que esta tierra no es cántabra ni astur pues leonesa es lo que es.



En una pradera, junto al molino, dos potrillos maman de sus yeguas. Luego, el largo pasaje siguiendo la ruta del canal que se abrió entre 1915 y 1921 -ensanchada, ya en los 40, para convertirla en senda turística, hoy con muchos ingleses de blanca piel- para alimentar las turbinas de la central hidroeléctrica de Poncebos. Caminamos bajo túneles y por senda abierta, disminuidos por las paredes de la profunda garganta que el Cares ha ido excavando. Ya llegando, Quique y Eva se bañan en la fría poza bajo el arco ojival del Puente de la Jaya, bajo la mirada curiosa de una cabra encaramada en un alto. Es costumbre celebrar el fin de ruta con un buen tanque de cerveza; es en Poncebos, ahora sí, ya es Asturias.




Balneario de la Hermida cántabra. Spa atestado, habitaciones amplias, paisaje. Cena de mantel, dos platos y postre, camareros de camisa blanca y chaleco negro, vino regulín del Arlanza, gente satisfecha con la simulación. Fin de jornada en la sala de juegos: mesa de billar, futbolín y ping pong. Apenas una ojeada final a las noticias del día.




Sábado. Amanece la amenaza de tormentas. A los pies del funicular de Fuente Dé, una californiana tiene ganas de hablar. La acompañan un hombre mayor en silla de ruedas y un joven que lo lleva. Han sido grandes montañeros, asiduos de la Sierra Nevada de allí. Se interesa por los picos más altos de la península: parece algo decepcionada de que no lleguen a la altura del Monte Whitney, aunque se asombra de que estén tan cerca de grandes poblaciones. Desde el teleférico se ve el atestado parking: esta mañana se celebra una carrera que sube zigzagueante por un sendero que conduce al mirador. Ya arriba, contemplamos las nubes bajas que cubren el valle. A lo largo de la mañana iremos viendo cómo ganan altura hasta acercarse al refugio de Cabaña Verónica - el refugio montado sobre la cabina de un portaaviones-, donde, junto a las chovas piquigualdas que cogen al vuelo los trocitos de pan que les lanzamos, damos cuenta de un tentempié.




Debatimos si continuar la ascensión para contemplar la tormenta desde lo alto, suponiendo que se detenga la expansión en altura de las nubes o comenzar el descenso. Tanto suben y a tanta velocidad que abortamos el ascenso a Horcados Rojos. Amancio manda. No hay nieve esta vez, ni hielo, la subida y la bajada son un paseo, nada que ver con la gran aventura, en esta misma zona, desde Fuente Dé a Sotres, que todos recordamos por estas mismas fechas, en 2016. Nos sumergimos, bajando, en la nube de agua, nos empapamos hasta llegar al teleférico: una exasperante cola que se alarga en el tiempo. Abajo, en el restaurante, ni un lugar donde comer el bocata con tranquilidad.




Domingo. Abortamos una ruta en el desfiladero de la Hermida. Tarde y noche ha llovido y la senda estará embarrada. Dedicamos la mañana al monasterio de Santo Toribio de Liébana, por encima de Potes. Recorremos las sendas de las ermitas: la mañana más que lluviosa está húmeda y falta de luz, apenas necesitamos paraguas e impermeables. Los más curiosos echan un vistazo al hortus conclusus del claustro monacal, a la capilla donde se guardan los restos del lignum crucis que el santo trajo de Roma en el siglo VI, a las láminas que reproducen las miniaturas de los beatos - conservados en otros lugares, no aquí, donde vivió el Beato de Liébana, comentarista del Apocalipsis. 




Mientras, la mayoría, en el exterior, bajo los toldos, asiste al despiece de un jamón, que será nuestro aperitivo. No sin cierta vergüenza, habrá que admitir que el jamón provoca mayor interés que la visita guiada que se ha concertado, no realizada por fuerza mayor. En Potes, una sidra con escanciador automatizado: Rober, Tomy, Mar, Marta, Marga. En el balneario de la Hermida, la comida final, unos decepcionantes cocido montañero y rodaballo al horno, y un café a toda prisa, por culpa del cual hemos visto sufrir a un pobre camarero expandido que no daba abasto a tanta urgencia de café. Y, por fin, carretera de vuelta a casa. Tras la cabezadita, en el bus, entretenidos en la tablet: cómo Alcaraz ganaba al alemán su primer Roland Garros. El acontecimiento deportivo ha agotado la conversación, que se ha ido quedando sin palabras, cayendo en el sopor.




Suena el móvil mientras bajo por la escalerilla para recoger la mochila, parking de Bridgestone. Son algo más de las 7 de la tarde. Una llamada que viene del Huerna, Riospaso, Asturias, 28 días después.


No hay comentarios: