sábado, 29 de junio de 2024

El gato, de George Simenon

 


En el trantrán de la vida es difícil darse cuenta de cómo va cambiando. George Simenon escribió El gato, que algunos consideran su mejor novela, en 1966. Con un estilo conciso y sin adornos describe un mundo desaparecido, un país que ya no existe y que, sin embargo, muchos conocimos en nuestra infancia: el aire estancado de las alcobas y los salones de la familia, cuando, reducida a su mínima expresión, un hombre y una mujer atados por los votos de matrimonio, se convierte en una especie de cárcel de la que es difícil escapar. Se trata de la familia burguesa convencional, pues los obreros, una palabra que entonces tenía sentido, están tan ocupados en ganarse el sustento diario que no tienen tiempo para contemplaciones. La novela se detiene en dos personas mayores, dos viejos, casados ambos en segundas nupcias, de distinta procedencia social, Margerite, nieta de un fabricante de galletas, Émile Bouin, capataz de obras, ya sin necesidades que atender. Ambos esperan morir antes que el otro para no arrostrar el gran miedo, quedarse solos. Se detestan: a ella le resultaban insoportables sus pestilentes toscanos, a él sus remilgos de señora de familia con posibles, viven bajo el mismo techo pero se ignoran, no se dirigen la palabra, si hace falta se escriben notas en papelitos, cada uno con su animal de compañía en quien depositar el afecto, él, hacia el gato que titula la novela, ella, hacia un papagayo que ha llevado con ella al matrimonio. Sobre ambos animales cada uno cruzará su odio.


Cuando Simenon la escribió, los sentimientos que albergaba con respecto a su propia vida íntima, tras un divorcio, estaban vivos. La historia, aunque contada en tercera persona, refleja el punto de vista del hombre, del propio Simenon y del hombre común de entonces. Hay un capítulo despiadado sobre la mujer, tras la muerte por envenenamiento -eso cree él- del gato: la muestra sin libertad y sin autonomía, como el desecho de una familia arruinada, controlada por la moral católica, incapaz de una vida al margen del hombre y sin otra actividad reseñable que trenzar hilos en la calceta. 


"En cualquier caso, era la respuesta a sus maldades. Las de Marguerite eran siempre más sutiles que las suyas, era diabólica, siempre conseguía endosarle a él todas las culpas.

Había establecido de una vez por todas que él era un monstruo y ella una víctima inocente...".


Y otro capítulo sobre la otra imagen de mujer que acaba de describir un mundo, una época, un país alejado de nosotros, el de la mujer fácil. Nelly es una tabernera relativamente joven, casada con un hombre que no le hace mucho caso, que con una simple mirada, un guiño, invita al hombre que lo desee a pasar a la cocina del local, allí se levanta la falda y le ofrece sus nalgas. El protagonista de El gato la ha visitado a menudo, visitas interrumpidas durante el tiempo en que que el matrimonio vivió una cierta normalidad. Cuando el gato y el papagayo reciben la inquina de los esposos que se odian vuelve a ella en busca de consuelo.


"En la barra había un parroquiano, obrero con la blusa manchada de yeso. Tenía también la cara llena de yeso, sobre todo las cejas y las pestañas, lo que le da un aspecto de pierrot'


Hay muchos lectores que tienen por costumbre visitar a Simenon una vez al año, preferiblemente en verano. Su escritura, como digo, es ágil y volandera, no es un escritor de este tiempo. Como escribía deprisa hay errores, repeticiones y descuidos. Sus novelas han quedado como el testimonio de una época, cuando había dos cadenas de televisión, el periódico de la mañana y el periódico de la tarde, cuando en casa se recibía a las visitas, cuando el salón era el centro de la vida familiar, cuando las mujeres se refugiaban en la devoción - murmuraban Jesús, María y José y ganaban 300 días de indulgencia, 300 días menos que pasar en el purgatorio- y los hombres pasaban la tarde en las tabernas, acodados en la barra tomándose un chato. Simenon describe los signos externos de las flaquezas humanas, ahí vemos todo lo que ha cambiado y lo que permanece. Aunque algunos la añoren, aquella no era mejor que esta.


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