jueves, 6 de junio de 2024

Caminos

 


Deja la ciudad temprano en la mañana, sal del asfalto, adéntrate por caminos de tierra y piedra. La primavera revienta por doquier. A medida que vas dejado atrás el ruido de los coches y el humo de los fábricas, las riberas de los caminos llenas de altos matojos, te salen al paso miríadas de conejos. Aquí ves una piel bien mondada, allá las vísceras que algún ave ha dejado caer. No hay suficientes depredadores para tanto conejo. Si dejas el río y subes del valle al alto, los caminos van desapareciendo bajo la fronda vegetal. Pocas primaveras vi tan voluptuosas como esta. Tú puedes ir caminando, yo voy en bici. Cuanto más me alejo más me cuesta avanzar por los caminos sin desbrozar. Llega un momento en que desaparecen del todo porque nadie ha pasado recientemente por allí o porque el labrador con su tractor lo ha arado y luego sembrado para arañar unos céntimos de las subvenciones europeas. Desaparecido el camino he de ir campo a través por las tierras en barbecho, saltando ribazos o barrancos para volver a encontrar una pista donde poder rodar.


Ya brotan los trigos, enderezado el tallo, con forma ya la espiga. Las amapolas se adueñan de alguna finca, componiendo un paisaje a lo Monet. Tras un recodo, en la linde del bosque asoma la cabeza un corzo y un poco más allá dos cervatillos trotan ladera arriba. Hasta un zorro he visto cruzando el camino y el dorso verde de cuatro lagartos ibéricos he visto aparecer y desaparecer en un instante, en momentos distintos, un récord, nunca había visto tantos. Sobre mi cabeza, unos cuantos milanos se dejaban llevar por la turbulencia del aire, ya cerca de Tardajos, y un poco más allá, en una tierra con grandes surcos, he visto un puñado de grandes cigüeñas que iban alzando el vuelo a medida que yo me acercaba. Y ya camino de Rabé de las Calzadas, con el camino pateado y limpio por los muchos peregrinos de Santiago, las aves iban y venían, escarbando en el camino, como si esperasen a que yo llegara. Los córvidos son los más listos, pues esperan al momento justo para alzar el vuelo. Las demás aves son más torpes -las palomas las más lentas-, alguna vez he tenido que apartar la cabeza para que no chocasen contra mí, sienten antes las pisadas que la rodadura y el caminante tarda algo más en llegar que la bici.


Ya en la plaza de Hornillos, entre la iglesia y al bar, frente por frente, encuentro un hueco en la mesa de una terraza, llena de mujeres de mediana edad con acento norteamericano, mujeres del camino. Me pregunto si habrá albergue para tanta gente como he visto caminar. Ya de vuelta, remontando el Arlanzón, a la altura de Albillos, una pareja de cormoranes seguía el curso del ruido. Este es el momento sin duda, nunca la vida se afirma con tanto tesón.


PS. No poetizo lo desagradable. Llegando a Burgos, he sentido un pinchazo dolorosísimo en la córnea del ojo derecho. Ha durado. He tenido que poner pie a tierra a que se me pasase, a que el ojo lagrimease (y aún así). No sé qué ha podido ser: un finísimo alfiler que el aire llevaba, un mínimo insecto, no sé. Me pasa por haberme olvidado las gafas.




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