miércoles, 22 de mayo de 2024

Amistad

 



Dos personas se encuentran y tienen una fuerte relación erótica. Durante un tiempo se ven y dejan de verse. El mundo es un mapa en el que despliegan sus emociones. Todo se difumina en torno a ellos como si las cosas perdiesen consistencia para ellos brillar con mayor intensidad. Hablan antes y después de que su piel rezume. En algún momento se distancian, viven en lugares alejados. Alguna vez uno de los dos intenta volver a unir el hilo que les ataba, pero sin éxito. Quizá han encontrado otras parejas, hayan surgido niños de esas u otras relaciones y la maternidad o la paternidad impida cualquier contacto.


Sin embargo, aquella relación persiste en la memoria, una afinidad que no se ha vuelto a encontrar, como si aquellas charlas, aquella cercaría, aquella piel contra piel fuese el ancla que les une al mundo. Cuando pasan los años, muchos años sin haber hablado, sin haber vuelto a trabar contacto, uno añora lo que por encima de todo les unía, la amistad. La amistad es el mayor cauce, si no el único que conduce a la felicidad. La amistad no es el estrechamiento sexual, tampoco la coincidencia en el modo de ver el mundo, sino un encaje de sentimientos y emociones en el que de forma natural, uno y otro se comprenden, se escuchan, en el que se produce un trasvase de un alma a otra alma, sin que la obligación las condicione. El ouroboros es su símbolo.


Algunas parejas lo logran permaneciendo juntas tras el primer trasiego sexual y los posteriores años de penitencia, cuando todo parece reducido a cenizas queda un rescoldo a partir del cual se rehace la relación en forma de amistad. Envidio a esas parejas, conozco algunas, aunque es una rareza. Hay otro tipo de amistad discontinua aquella que se mantiene entre hombres o entre mujeres, donde las citas no se acuerdan con una frecuencia determinada sino por azar por descuido o porque sí. Pienso ahora en ese otro tipo de amistad que perdura más allá de los años, más allá de los encuentros si los hay, incluso más allá de la muerte, que pervive en la memoria y que alimenta incomprensiblemente la vida de la persona que sobrevive.


Michel de Montaigne recordando a su amigo Étienne de la Boétie


Si me preguntan por qué le quería siento que solo puedo responder: porque era él, porque era yo. Hay, más allá de todo lo que pueda decir, no sé qué fuerza inexplicable y fatal mediadora de esta unión”.


Y Hannah Arendt:


"Nunca he 'amado' a ningún pueblo ni colectivo, … ni a la clase obrera, ni a nada semejante. En efecto, sólo 'amo' a mis amigos y el único género de amor que conozco y en el que creo es el amor a las personas”.


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