sábado, 6 de abril de 2024

Hypolepsis

 



¿De dónde viene nuestro discurso interior? La forma más fácil de combatir el tedio es ocupar la mente con lo que viene de fuera. Con música de la radio o con el discurso cocinado de los locutores. Al menos la radio no se adueña del todo de nuestro cuerpo. Si nos sentamos delante de la tele cedemos las dos cosas, cuerpo y mente. Pero qué sucede si nos quedamos en silencio. Puede alborotarse la imaginación, la loca de la casa. Si nos concedemos pausa y ritmo se aquieta y va adaptándose a nuestros pasos. No hay como caminar para que vayamos aparcando los miedos y vaya emergiendo la voz. Como peces en un acuario bullen nuestros objetos mentales, hasta que uno de ellos se adueña del espacio, lo imanta y va orientando los recuerdos hacia sí, una cabalgata en tropel desordenado. Sí tuviésemos gente alrededor que nos escuchase o a quien impusiésemos nuestro discurso la caballería se iría formando en el orden del relato. Lo mismo sucedería, la formación, el hilo, si nos sentásemos en un banco sacásemos libreta y lápiz y sosegásemos el tropel de los caballos en una uniforme fila. Pero no serían la misma historia, el cuento hablado y la narración escrita, incluso sería otra si volviésemos a contar la historia en ocasión distinta. ¿Quién nos habla? ¿Quién dirige nuestro discurso? ¿Quién pone freno a los caballos?


Ni una sola de las palabras, ni una sola de las frases que forjamos, es nuestra. La hemos oído antes, la hemos visto escrita. Nuestra mente es un caldero que bulle y que de vez en cuando encuentra un orden. Soy yo, creemos, este que habla. La ilusión de la identidad. No soy yo, sino el almacén del pasado.


Sócrates fue un hombre, nada más que un hombre, su individualidad, puro azar. Las creaciones humanas no son más que un relato ordenado aparentemente nuevo -original- del cúmulo de experiencias y habilidades humanas. Cervantes Darwin o Beethoven tenían cerebros mejor ensamblados que el resto para lo que hacían. No era mérito suyo.



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