miércoles, 3 de abril de 2024

Gavarnie

 



El circo de Gavarnie no está lejos, apenas a 40 km de Cauterets. El día despejado, luminoso con el disco solar en las alturas. Los restos de la nieve del día anterior en las cunetas. El agua del deshielo corre por el asfalto. En las paredes verticales del valle, bien nutridas cascadas. No hay mucha gente subiendo a Gavarnie. Muchos huecos en las plazas del parquin. La pista que sube al circo, practicable, sin necesidad de raquetas o crampones. Y tras la última barrera, donde se acaba la pista, allí donde se le indica al caminante, allá tu con tu responsabilidad, nieve no demasiado dura donde uno puede hundirse hasta las trancas. Por doquier restos de avalanchas, restos de muñones como gigantes coles heladas, que han caído de las paredes del circo. Imponen respeto, pero tras un vistazo lejano sobre las paredes del icónico lugar parece que el grueso de la nieve acumulada ya ha caído. El día es espléndido, por encima del circo el sol irradia, aunque empañado, como si este fuese un planeta distinto al de ayer




Nos aventuramos siguiendo las huellas de los pocos que nos han precedido. Unos van más lejos con la intención de tocar pared, Roberto, Tomy, Nacho. Otros nos vamos quedando, más cautos, primero Carol sobre un mirador nevado, observadora, meditativa, después yo, precavido, reguardado bajo una gran roca, Mar, más tarde, no lejos de su chico. Nos acompaña otra pareja. Trabo conversación con Neus, resguardados, nacida en Cataluña de padre extremeño y con la intención de volver a un pueblito junto a Hervás; su pareja, Alejandro, doctorándose en Toulouse. Hemos sido vecinos sin conocernos en Castelldefels. 


Se puede disfrutar con el mal tiempo, con el sufrimiento, con los percances de un día malo, sobre todo cuando se ha superado, ahora disfrutamos de la montaña helada y de su silencio, interrumpido por pequeños y sonoros desprendimientos y de la disminuida cascada de Gavarnie, la más alta de Europa (430 m), reducida a su mínima expresión por la nieve y la helada.




Relajados tras días tan intensos, en el primer local que encontramos, junto al parquin, una creperie, tomamos sándwiches, cerveza y crepes de chocolate y caramelo, y capuchinos. Nacho, generoso, se hace cargo de la cuenta. Despejado el camping y la carretera de bajada, huidos los últimos turistas, cerca ya de Luz Saint-Sauver, nos recreamos contemplando desde el puente Napoleón a los practicantes de una escuela de alpinismo en la tan elevada como limpia pared que escolta al río Gave de Gavarnie. Un lugar preparado para hacer puenting y ferratas. Vemos admirados los agarres y los cables que cruzan el río, las vías. Caminamos por Luz Saint-Sauver: tiendas de regalos, la iglesia de los templarios, las casas burguesas cuando en el XIX el lugar se puso de moda por las aguas termales y el inicio del esquí en las pistas de Luz Ardiden. Hasta Napoleón el pequeño vino por aquí a dejar su huella.




Ya relajados del todo nos tomamos con calma la última cena en la casa alquilada, brindando con otra botella de las de Tomy, con otra de esas conversaciones que dan pie a confidencias donde se traba amistad. Nada merece la pena si no se comparte con alguien.




Y a la mañana siguiente Bayona. Aparcamos junto al río Adur dispuestos a callejear, pero pronto la lluvia nos aguó la última fiesta. Entramos en la hermosa catedral gótica, construida por los mismos años en que se erigía la de Burgos. Uno tiene la impresión de que se acaba de cubrir la nave principal y que los pintores y plomeros de las vidrieras acaban de recoger los andamios. Eso se debe a que fue restaurada recientemente, entre el XIX y el XX, siguiendo las instrucciones del arquitecto Viollet-le-Duc de acabar en belleza las obras no terminadas. 




De hecho, las torres se remataron en este último periodo. Contemplada desde el fondo de la nave principal uno cree estar en Amiens, Reims o Chartres y sentir la misma emoción que Victor Hugo o Paul Claudel cuando pasaron por aquí.


Las ciudades se vuelven tan fotogénicas bajo la lluvia como impertinentes para el paseo. Comimos en un pequeño local lleno de españoles, maldijimos la lluvia y nos encaminamos hacia el Adur para poner fin al viaje.



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