martes, 2 de abril de 2024

Del Vignemale a Cauterets

 



Remolaneábamos alrededor de la estufa a la mañana siguiente, descartado subir al pico más alto del Pirineo francés. Parecía que el día iba a clarear, que quizá no había que apurarse para llegar al coche y después a Cauterets. La polaca y el iraní salían ya, no muy bien armados, sin raquetas ni crampones. Luego seguiríamos sus huellas, piernas hundidas en la nieve. Tras varios tazones de café y pan tostado nos calzamos las botas todavía húmedas, nos armamos de goretex, gruesos guantes y pantalones de invierno. Nada sirvió. Antes de salir ya caía el fino granizo que golpeaba el rostro, luego la fina lluvia y por fin la tormentosa que nos empapó de arriba abajo, más que el día anterior. Caminábamos sobre incómodas raquetas, descendiendo en zigzag, sorteando el río, pasando por alguna superficie rocosa, hasta el lago.




Desde allí, ya con la bota desnuda, las raquetas en una mano y en la otra un bastón bajamos por el sendero escalonado y rocoso, con cuidado de no resbalar sobre las piedras, buscando la superficie menos encharcada. Desarmado el grupo, cada uno bajaba su ritmo, deseos de acabar cuanto antes la aventura. Aún así, cuando llegamos al parking del Pont d'Espagne, tras ponernos prendas secas, recorrimos la senda de las impresionantes cascadas que han hecho famoso el lugar, donde acuden los turistas escapados de la Semana Santa española, los pocos que no han ido a Lourdes o a Sevilla, igualmente mojados por la lluvia, pero alegres de encontrarse en el lugar donde la naturaleza ha decidido concentrar la música del agua.




Habíamos alquilado una casa para dos noches. Nos costó encontrarla. Tenía algunas camas anchas y un par de literas encogidas en una estrechísima habitación en la que me tocó dormir con Nacho. Extendimos de nuevo por todos los rincones las prendas mojadas y las mochilas. El agua caliente escaseaba, solo en una ducha. Preparamos cena y otra vez Tomy la regó con vino riojano y una deliciosa tortilla. Y hubo la conversa sobre el tiempo que como cerezas en una cesta va enganchando los temas que el vino enreda y lleva a los lugares más insospechados, antes de que el cansancio nos rindiera sobre la estrecha litera o sobre el sofá del salón donde al final fui a parar.


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