Es toda una experiencia rodar en bici todo el día bajo la lluvia. Una larga subida y otra larga bajada desde Navatrasierra hasta Guadalupe. He recuperado las fuerzas pero las bajadas con el suelo empapado me dan yuyu. No han sido más que cuarenta kilómetros, mucho tiempo libre para ver el antiguo Monasterio de los Jerónimos que Mendizábal arruinó, como a tantos otros. Tras ducharme y poner a secar la ropa y las zapatillas es lo primero que he hecho, visitar el monasterio y sus joyas artísticas. Tras más de medio siglo de abandono una comunidad de franciscanos devolvió la vida a este monumento. Ahora lo habitan diez monjes. Solo se puede hacer una visita guiada con el tiempo tasado en una hora y la mala suerte de contar con un guía que habla como un loro sin salirse del guión, así que hay que pasar como un bólido por las pinturas de El Greco, Zurbarán o Luca Giordano, el cuadro de Goya o la escultura de Pedro de Mena. Hacía tiempo que tenía pendiente esta visita para ver los famosos cuadros de Zurbarán en la extraordinaria sacristía; una decepción verlos de esta manera sin tiempo para detenerte delante de alguno de ellos, y ni una palabra sobre la arquitectura del lugar: los claustros gótico y mudéjar, los retablos o el coro.
Hay muchas cosas más de interés: una sala dedicada a la indumentaria religiosa, otra a los grandes libros miniados -cantorales y facistol-, otra a la orfebrería y reliquias y, por supuesto, el camarín de la virgen, donde en la antesala además de las pinturas de Lucas Giordano hay ocho esculturas emblemáticas de las mujeres del Antiguo Testamento. En el camarín la explicación, más erudita, nos la ha dado un franciscano, por ejemplo la procedencia de la talla de la virgen y del nombre 'Guadalupe'. Si procediera de latín sería el río de los lobos y si del árabe, el río oculto. Parece que existió una ermita dedicada a esta virgen, también de talla negra como la Moreneta, antes de que Alfonso el Onceno para celebrar su triunfo en la batalla del Salado mandase construir el monasterio. Supongo que hay que ser un político de aquí o una personalidad extranjera para poder ver con detenimiento esta joya de la que los españoles de a pie no podemos apreciar más que minucias.
Por aquí pasó dos veces Cristóbal Colón, una antes y otra después de su llegada al nuevo continente: tras el segundo viaje, tras una promesa por haber salido salvos de una tormenta cerca de las Azores, trajo a un par de indios a los que en Guadalupe bautizó. Un cuadro en la basílica rememora este hecho. Guadalupe es un pueblo pequeño pero con una arquitectura que merece la pena contemplar, siempre que la metereología te lo permita, cosa que no ha sido el caso: palacios, un antiguo hospital convertido en parador, casonas de indianos. Como en otras ocasiones, no he apreciado especialmente la gastronomía extremeña. Ni el hotel ni la comida son reseñables.
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