domingo, 28 de mayo de 2023

Enemigos del hombre

 



Saliendo de Rioseras, a su espalda se eleva un monte al que se accede por un camino pedregoso que mide tu estado de forma. A menudo en algún tramo tengo que echar pie a tierra. Después viene una bajada igualmente pedregosa para llegar a un camino más llano que conduce a Villaverde Peñahoradada y de ahí a la vía verde del ferrocarril Santander Mediterráneo. Me las prometía felices tras la pechada. La mañana primaveral para mí solo, el aire limpio tras una noche de lluvia, un vientecillo me secaba el sudor acumulado en la subida. Qué placer rodar por los caminos con la naturaleza ofreciéndoseme sin cargo.


Oía los ladridos a lo lejos; yo rodaba bajando por un camino lleno de vegetación, soltando como inocuos perdigones el barro acumulado en el trayecto. Entonces, cuando ya estaba llegando al valle, he visto los mastines. Uno en medio de un trigal, ladrándome, midiendo la distancia. Detrás otros dos vigilando la entrada a un aprisco donde había un rebaño de ovejas apretadas. Ladraban sin descanso hacia mí, el que estaba en el trigal se me acercaba. No había presencia humana que los contuviese. Para llegar a Villaverde tenía que pasar justo por delante del aprisco. Me he bajado de la bici pensando que quizá podría pasar caminando. El mastín, retador, ha seguido hasta un barranco excavado por un arroyuelo que se interponía entre los dos. No he tenido huevos. He dado la vuelta, subiendo a pie por una rampa jodida. De vez en cuando volvía la vista atrás a ver si los mastines se calmaban. No lo hacían. He bajado la trialera basta Rioseras, la modalidad que menos me gusta de la bici, dando una vuelta para coger la vía verde y pararme en Sotopalacios a tomar un café y escribir esto. Alguien podría explicarme, por qué se dejan sueltos estos enemigos del hombre.




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