jueves, 23 de marzo de 2023

Palabras infecciosas

 


Ser Francisco el Papa, ser Pedro Sánchez presidente, ser la joven Ayuso. Si uno conoce a alguien que ha sido elevado un escalón o dos o tres por encima del suelo donde el resto pisa con inseguridad y flaquezas ve las propias inseguridades y flaquezas de ese individuo, elevado por un uso diferenciado de las palabras. Las palabras hacen al hombre público. No hay una diferencia sustancial entre ese individuo y tú, dentro de poco una capa de tierra os cubrirá a los dos y nada quedará registrado sobre vuestro paso en la tierra salvo alguna mención en papeles que arderán o voces o imágenes cuyo soporte se irá degradando hasta desaparecer. En el uso inflado de las palabras está la diferencia.


Y sin embargo ahí está Paco apareciendo en la ventana del piso alto con los brazos separados en cruz, la túnica blanca, los botones dorados y el capelo en la coronilla, ascendido, alejado de la multitud que abajo le aclama dando por buena la distinción, porque ese hombre mortal y olvidable contiene dentro de sí una palabra sanadora que posterga alivia o depone la mortalidad. A sabiendas de que eso no es posible, Francisco la pronuncia y la gente de abajo lo acepta: 'Inmortales, nos veremos a la diestra de Dios padre por toda la eternidad'. Suben en andas a Francisco y lo pasean por calles multitudinarias, le construyen una ciudad entera para sí, un recipiente tan grandioso que no pueda ser olvidado. En algún momento se traspasa un limite: no puede Francisco ser Papa sin sentir que su naturaleza es distinta a la de los demás; y como rey lo llevan a países y continentes para repetir su palabra inflada, adornada en cada ocasión. 'Arrepentíos, culpables, y el cielo será vuestro'. ¿Pero quién cree en las esferas inmarchitas de la bienaventuranza sino los pocos ilusos que aún quedan? ¿Apostarías cinco centavos por ellas? Pero ahí llegan en tropel las hormigas soldado ascendidas, con el ingenio listo para mantener la necesidad de su puesto en el Gran Organigrama y preservar el salario que les alimenta, listos para forjar cielos más asequibles en la Tierra amenazada de la promesa. Ahí están, es su oficio: largas interminables palabras hueras.


Desde que sánchez el presidente y ayuso la joven ascendieron el primer escalón que lleva al cielo de Francisco el Papa (el sueño truncado de tantos Iglesias/Abascal) y dijeron: 'Haré, confiad en mí', y ocuparon su despacho, al que se accede con agenda y cita, una tropa de consejeros leguleyos y correveidiles les transporta en una nube blanca algodonosa y mullida que les evita poner pie en suelo. 'Confía en mí, mira conmigo el ensuciado verde prado', y su mano abierta muestra el horizonte: 'Restauraremos la virginidad de la Tierra mancillada por tu culpa'. Que otra cosa podrían hacer para contrarrestar las ominosas cifras de la contabilidad y la estadística. No hay otra, palabras infecciosas o estadística. ¡Oh che dolce cosa è questa statistiche!


Entre todos los sirvientes del cura paco, el bello sánchez y la ayuso virginal, los primeros reclutados y los más invisibles son los que despojan a las palabras de su uso utilitario, las adornan y retuercen con maestría técnica para que resplandezcan como sobrias verdades. Lo que distingue a aquel muchacho de Buenos Aires que jugaba al fútbol con pandilleros de calle o al joven madrileño que empujaba la pelota hacia el aro en la cancha en un barrio o la chica que jugaba con muñecas es haber dado con la palabra de doble faz: ilusión y culpa; cree, arrepiéntete. Tanto el lenguaje religioso como el político atan el cumplimiento de la promesa a la necesaria confesión de culpabilidad. Es así como hombres corrientes, el cura Paco el bello Sánchez la virginal Ayuso, fundamentan su poder en la doble faz del bautismo culpable: reconocerse esclavo y adoptar el hámster de la ilusión: el eterno retorno de la inverosímil promesa. Para eso están los técnicos lingüistas reconvertidos al marketing: mantener viva la religión, hacernos culpables, crear tabús, señalar a los malos, ascender al elegido, preparar los rituales. Aunque hay un problema: todas las palabras están gastadas.




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