lunes, 26 de septiembre de 2022

21.Georgia: Alaverdi e Iglesia fortaleza de Gremi

 


En frente, a unos pocos kilómetros, la frontera con Rusia, las Repúblicas caucásicas, Chechenia en primer lugar, donde sus rudos habitantes esperan la caída de Putin para dar buena cuenta del brutal Kadírov, Inghusetia y Daguestán, con revueltas contra el reclutamiento forzoso y Kabardino-Balkaria. A este lado, donde pasamos el día, la provincia fronteriza, Kajeti, al lado Osetia del Sur. Una llanura vitícola se va elevando hacia las alturas montañosas. Aquí hay viñas. El bodeguero que visitamos afirma que su fruto se exporta a todo el mundo pero cuando probamos las tres variedades que nos ofrece nos parece que no puede apetecer sino a chinos, quizá porque tenemos hambre y acompañamos el vino con queso y berenjenas escalivadas.



Como cualquier chica de Logroño que pasa sus tardes en la calle Laurel, así Tini. Juvenil, el chisporroteo de su risa contra nuestros rostros cansados. Quizá le falta fondo y comprensión, más la amiga de tu hija que ha decidido acompañarte en el viaje que una profesional tipo Rozana, pero se agradece la espontaneidad. Vivió y se educó en la Rioja desde los seis a los 17 años pero decidió volver a tierra de sus padres, al contrario que el deseo europeísta de sus compatriotas. Ha encontrado un hueco en el mundo flotante en que vive su generación. Su español es impreciso como lo es el de los jóvenes españoles; lo compensa con una actitud amable, servicial y una risa de alondra que a alguno le pone de los nervios. Cada día, manda parar al chófer junto a la carretera y compra helados y chocolate al gusto de sus invitados.

Muchos han preferido quedarse en Tbilisi el último día. Tini nos promete una degustación de caldos georgianos, un decir. Antes de la bodega hemos visitado la catedral monasterio de Alaverdi, la joya del arte georgiano, un monasterio del siglo XI que aparece como escultura exenta en medio del valle. Una mujer sentada sobre una roca se deja fotografiar sonriente a la entrada. En el atrio, sobre la puerta de acceso, un San Jorge a caballo clava su lanza sobre el dragón. La restauración ha sido respetuosa, el templo está limpio, sin aditivos. En lo alto del ábside una maravillosa Santa María podría parecerse a la de Boí-Taüll pero es más antigua y vivaz. Era imposible hacer fotografías en su interior porque los vigilantes están al acecho. Aún así.



Tras la degustación en la bodega Nafareuli, en Badagoni, emerge la hermosa estampa de la fortaleza e Iglesia de los Arcángeles de Gremi, del siglo XVI, elevados sobre un risco que domina la llanura vinícola. Fue prospera ciudad en la Ruta de la Seda hasta que fue arrasada por el sha Abbas I de Persia. Ascendemos al palacio residencial del rey de Kajeti, a la iglesia y a la fortaleza. La cuidadora está tan concentrada en la lectura que parece formar parte del paisaje pictórico y no levantaría los ojos ni aunque volvieran los iranios; tampoco mira las dos botellas de tintorro que emergen a su derecha. En el interior destacan las pinturas a las que los invasores islámicos desojaran como era su costumbre. El conjunto monumental espera, como en el caso del monasterio de Alaverdi, la aprobación de la Unesco.

De vuelta, siento que algo me ha sentado mal, quizá el revuelto de vinos, quizá la fruta dulce y traicionera, cogida de los árboles sin lavar. El malestar me impedirá acudir a la cena de despedida con danzas georgianas incluidas. Será una noche larga y pesada, sin tiempo para la meditación. 




Nos despedimos del Cáucaso, de Tbilisi, la perfecta maqueta de lo que puede ser una gran ciudad europea, del río que parte la ciudad en dos, lo antiguo y lo moderno, puentes al estilo Foster, la arquitectura tecnológica de los 90, de los edificios hechos con prisa, inacabados, de la fortaleza que señorea la ciudad, semejante a cualquier ciudad con historia, momentos de conquista, momentos de colonización, de los mitos que la redondean para darle el romanticismo y color con que el turista cree condensar en una fotografía una historia y un espíritu, del rey que fundó la ciudad y que con su imponente escultura ecuestre señala la gloria del pasado, de la reina gobernadora, Tamara, el momento de más poder de este paisito, del san Jorge dorado y protector, de la gente que ya se siente europea, la música de las noches ruidosas, los restaurantes de comida barata, aunque sus modos y vestimentas no estén actualizados. Adiós georgianos y armenios, nuestros hermanos, nuestros compatriotas. Gamarjous, salud amigos de la Iberia del Este.



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