domingo, 25 de septiembre de 2022

20. Georgia: Ajaltsije -Rabati- Vardzia (la ciudad en la roca) - Borjomi

 


Comenzaba la mañana en Ajaltsitje. El día claro y otoñal, un sol amable remoloneando tras las nubes. A la salida del hotel la fortaleza amenaza con desmoronarse; sigue la última curva de nivel de un saliente montañoso. Pero qué sorpresa nos aguardaba en su interior. Un fabuloso plató listo para rodar una serie sobre refinadas cortes orientales y serrallos. Un decorado construido por Saakashvili, que llegó a tercer presidente de la Georgia independiente tras la llamada Revolución de las Rosas, en 2004, y cuya imprudencia nacionalista hizo que su país perdiera las regiones de Osetia del Sur y Abjazia ante la Rusia de Putin. La fortaleza de Rabati fue durante siglos ocupada por los otomanos hasta que la conquistó el imperio zarista. No encuentras en Georgia un lugar más fotogénico, tanto que los viejos otomanos, si despertasen del olvido, solo echarían en falta a las huríes que les promete su religión, pues se creerían en el cielo.


En una jornada de postales, panorámicas y primeros planos, hay que estar atento a la vida que discurre bajo los meandros de la luz y el colorido. Siempre es así, aunque a menudo se nos escapa. Atentos a la punzada de dolor y al pálpito de la esperanza. Si nos dejamos deslumbrar por el paisaje exterior, desatendemos las necesidades del alma.



Nos detuvimos un rato a repostar en la fortaleza de Kervitsi: ciruelas dulcísimas en los árboles y capuccinos en un bareto de carretera que atiende su negocio amorosa lentitud, antes de comer en una granja restaurante, en Vardzia, un pequeño edén lleno de flores y frutales a la mano de quien guste, con comida y vino caseros.



Vardzia, una ciudad excavada en la roca. La reina Tamar, la reina por excelencia de Georgia, de la añorada edad de oro del poeta Rustaveli, decidió construir esta singular ciudad en 1185 como defensa contra los mongoles, un gran complejo de habitaciones y túneles con salón del trono, iglesias y servicios, bodegas y almacenes. Uno imagina el pulular de 5.000 personas en sus mejores tiempos, más los 50.000 sirvientes y trabajadores que residían abajo en el valle. 6.000 estancias distribuidas en trece pisos y sistema de riego para cultivos en terrazas. Quinientos metros de plomada y diecinueve desniveles. Inexpugnable, hasta que fue saqueada por los persas del Shah Tahmasp I en 1551. Debían de ser menos altos que nosotros los súbditos de Tamar pues de otro modo no harían más que golpearse en la cabeza como el viejo pobre ruso que sube y baja por los túneles, delante de mí, dándose testarazos. La joya, la Iglesia de la Dormición y sus extraordinarias pinturas murales.



Como contraste y para acabar la jornada, Borjomi, el lugar de recreo de los Romanov cuando buscaban aguas termales. De los fastos de aquel imperio, que Putin se obstina desesperadamente en preservar, quedan lujosos palacios decadentes, cristalería reflejada en espejos que se multiplican, descuidadas galerías, pórticos y ventanas, trabajadas por orfebres de la madera y al pie, a la vera del camino que asciende hacia la cascada, tienduchas para turistas rusos y diminutos parques infantiles abandonados. Disculparía el pesimismo de la mirada la tarde echada, el sol caído, el cansancio tras una jornada repleta.




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