martes, 27 de julio de 2021

Les dimanche de Ville-d'Avray (1962)





La breve novela de Dominique Barbèris ha de completarse necesariamente con la visión de la película de título parecido de 1962. De inmediato se ve por dónde le ha llegado la inspiración a Dominique Barberis, la francesa nacida en Camerún que de pronto casi ha alcanzado el cielo de la notoriedad. La inspiración no le llega de la historia que nada tiene que ver con lo que se cuenta en la novela sino con el paisaje y la nostalgia. Ambos se funden en la memoria de un francés de cultura media: los alrededores de París las estaciones de tren la arquitectura modernista el campo los estanques los atardeceres veraniegos de la infancia la exaltación de las lecturas y las películas de esa edad las historias algo truculentas que se cuentan cuando la luz amarillea en las farolas sustituyendo a la luz solar que se apaga la pintura de Corot las primeras audiciones de música clásica.


Así como Dominique Barberis bebe de esa fusión a Serge Bourguignon, el autor de Les dimanche de Ville-d'Avray, le mueven parecidos paisajes unidos a otras nostalgias. El fin de la guerra (la francesa en Indochina, aunque podría ser la mundial) no era lejano. El personaje principal, interpretado por Hardy Kruger, cuyo acento alemán le ayuda a mostrar su singularidad, su rareza, es un aviador que vuelve herido a un mundo que, tras la guerra, ha recuperado los tics burgueses que orientan y constriñen la convivencia social. Como tantos que volvieron maltrechos de la guerra está condenado. Su alma que no ha soportado la violencia retorna a la infancia. Solo un par de amigos lo verán pero serán incapaces de protegerlo ante la violencia más taimada que se ha instalado en las formas sociales. Verá su alma gemela en una niña abandonada en un hospicio por un padre cobarde y cruel, a quien visita los domingos por la tarde a escondidas de su esposa. 


El guión de la película tiene la ligereza y la ingenuidad que no se permitirían los actuales hacedores de películas y series. Hasta la planificación parece torpe, sin embargo los académicos de Hollywood supieron vez en su momento su valía concediéndole un Óscar a la mejor película extranjera. Una de tantas películas que no obtendría hoy el imprimatur de los nuevos sensores.

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