No sé si todos, pero ¿no es una vida verdadera, una vida colmada, una vida plena, lo que queremos la mayoría? Una vida sin sufrimiento, una vida en compañía, una vida templada, pacificada. Los múltiples acechanzas desbaratan ese propósito íntimo, quizá no proclamado, los deseos y las frustraciones, los afanes y las decepciones. No creo que la felicidad pueda entrar en la descripción del alma humana, es un intangible que aparece cuando ya ha pasado. Notamos su ausencia, el hueco que nos queda o que somos incapaces de colmar.
¿No es eso el arte, la colmación o culminación? ¿El breve momento, allá arriba, donde hemos alcanzado la vida verdadera? A lo largo de una vida habremos ascendido alguna vez hasta lo más alto aunque quizá no lo sepamos hasta más tarde. Como esa pulsión de ascender a lo más alto no desaparece buscamos algún hermanamiento. Leemos contemplamos acariciamos nos entregamos. Quien expone su experiencia su vida ante nuestros ojos o ante nuestros oídos es nuestro hermano.
Si he seguido el curso literario de Emmanuel Carrère, y de otros como él, ha sido porque lo que él me iba contando era auténtico o esa era la impresión que me causaba. Ya contase de sí o de otros, era la realidad la que me llegaba en sus páginas. Esforzarse para ver claro -las cosas como son- es la primera condición para iniciar el camino. La vida es primero aventurarse, salir de casa, alejarse de lo que no nos gusta: un cuarto de la historia de la literatura va de eso. Enamorarse es lo siguiente, un cuarto de novelas de amor. Construir, edificar, la familia y sus decepciones la conquista y el derrumbe, ascenso y decadencia, amor y traición, el tercer cuarto. ¿Qué queda sino el declive? Todas las historias acaban mal, aunque sean contadas desde la dignidad. Hay vidas desgraciadas que comienzan el día del nacimiento, son tan tristes que se deja en manos de especialistas su narración.
Los escritores verdaderos van contando cada una de las etapas, porque ¿no cuenta cada escritor aunque la metamorfosee su propia vida? En Yoga Emmanuel Carrère da vueltas alrededor del hueco que hay en él. Es posible que cuando comenzó a escribirlo tuviese en mente las circunstancias materiales y humanas que le llevaron a su postración. Lo deducimos por las entrevistas que ha concedido y las polémicas que ha generado el asunto. La ruptura con su pareja, que por acuerdo ante notario no puede narrar. En Yoga, ¿novela ensayo autobiografía?, lo que sea, es un proyecto demediado. El hueco que el autor constata se lo traspasa al lector. Nos identificamos con su sufrimiento, pero nos quedamos con las ganas de saber sus causas. Emmanuel Carrère nos habla de su bipolaridad, un constituyente psíquico con el que ha tenido que contar, pero nos hace ver en veladas alusiones que esa es la mitad del asunto. Es como si en una novela clásica de amor se nos hurtarse la historia de uno de los amantes. En las historias de decepción adulterio, frustración, fracaso siempre hay dos. Visto así, Yoga es el primer libro fallido de su autor. Nos escatima aquello que era su marca, que nos atraía de él, que nos hermanaba, la autenticidad. Sobre la marcha, aparece otra decepción, cuando confiesa que algunos de los personajes que aparecen, Erika y la amante de los gemelos son personajes novelescos, levemente inspirados en personas reales, cuando siempre hemos creído -he creído- que en los libros de Emmanuel Carrère no había invención o solo la necesaria para el artificio literario.
Lo que queda es el resultado de una escritura terapéutica. No deja de tener interés y, al fin, es un reflejo de la operación de lectura. En el hueco de Emmanuel Carrère ve el lector su propio hueco. En la palabra 'yoga' y en sus múltiples significados que el autor va enumerando está contenido el impulso y la necesidad de la escritura. La pacificación interior y el reencuentro con uno mismo. Objetivos imponderables, como la felicidad. ¿Nos ha hecho la naturaleza para estar quietos? Solo unos pocos esforzados han llegado, si es que lo han hecho, al nirvana. ¿Mantenemos una identidad a lo largo del tiempo? ¿Podemos ordenar nuestra vida interior en una única dirección? Bien está intentarlo, pero el resultado ¿no es una suma de fracasos? Una buena parte del libro es el recuento de esos fracasos; el discurrir de la vida interrumpe continuamente cada intento. Si alguna vez hubo algún yogui fue quien se profesionalizó, quien convirtió la enseñanza en un objetivo laboral, en una ocupación, en un rol respetable. La otra mitad del libro narra cómo buscar la paz en el propio discurrir de la vida. El autor se va a una isla griega, Leros, a trabajar con adolescentes inmigrantes. A hermanarse con otras almas sufrientes, a relativizar el propio sufrimiento. La pobreza, el desvalimiento, el sufrimiento físico de los lejanos son poderosos reconstituyentes del alma occidental. Pero los jóvenes inmigrantes son jóvenes y están en el primer cuarto de la vida, todo está por suceder. Ni siquiera funciona en el relato contarles el sufrimiento propio como compensación y reflejo del suyo. ¿Por qué habría de interesarles el mal del alma de un europeo mayor? De ahí la necesidad de un personaje novelesco, en el que reflejarse y hermanarse. Erika ocupa un tercio de la narración. Universitaria americana jubilada, hace recuento ante el autor de una vida llena de frustraciones y fracasos, levemente sublimadas en la Polonesa Heroica de Chopin. Así como nos entregamos por delegación a grandes pasiones en el cine y en las novelas de amor, ¿no necesitamos de modo parecido ver representado el dolor y la tristeza más profunda para relativizar nuestro sufrimiento? La ley de la compensación como motor para que la vida siga rodando.
La terapia de Emmanuel Carrère consiste en escribir, como la nuestra en leerlo. Asiste a los retiros yóguicos libreta en mano para componer una narración, sabiendo que debe abstraerse por completo de la realidad para que la terapia funcione. Igualmente compra un pasaje a Leros para contemplar en primera fila la desgracia humana y luego contarlo. Pero la realidad no atiende del todo a nuestras apetencias, no se deja modelar a nuestro gusto, es abrupta y frustrante, nos decepciona continuamente. El personaje más veraz, aquel en el que nos vemos mejor reflejados resulta ser un personaje inventado, Erika. Emmanuel Carrère ha resultado ser un novelista, aunque en su favor hay que decir que nos va contando a cada paso sus trucos las reglas del artificio. Lo que significa que sigue siendo nuestro hermano.
Cada generación tiene sus escritores, cada lector busca con quien hermanarse, así que no creo que sea un escritor para jóvenes lectores, no ahora en todo caso, quizá cuando les llegue el momento, aunque entonces el mundo y ellos habrán cambiado.
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