martes, 18 de mayo de 2021

Tenet – Adam

 



En un breve intervalo he visto estas dos películas. La primera, Tenet, es un derroche de producción. La segunda, Adam, es la más humilde de las películas. Christopher Nolan puede disponer de cuanto dinero quiera para hacer películas o series de televisión que verán millones. A Maryam Touzani nadie la conoce y seguirá siendo invisible a pasar de su magnífica película. En Tenet parece que hay inteligencia y física teórica de lo más especulativo en el guion pero el resultado se parece mucho a aquellas películas de los 70 del tipo Hotel en llamas o, por subir un poco el listón, 007 contra Goldfinger, donde los actores podían ser perfectamente sustituidos por robots con traje y corbata y mucha brillantina y donde la humanidad no subía un escalón por encima del lengüetazo de un husky en el morro de su amo. Al día siguiente de haberla visto, recuerdo que me preguntaba, ¿Qué película vi anoche?



No sucede lo mismo con Adam, una película marroquí de 2019, estrenada brevemente en salas hace unas semanas y que ahora hay que rebuscar para encontrarla en el catálogo de Movistar. Tenet es fría como un témpano, las sensaciones qué genera Adam permanecen durante un tiempo pidiendo entendimiento y comprensión. Una joven mujer embarazada con un hato a sus espaldas deambula lentamente por la kasbah de Casablanca. Una y otra vez le niegan cobijo y trabajo allí donde lo pide. Por fin, una mujer que tiene una pequeña pastelería, inducida por su hija, se apiada de ella y le deja pasar unas noches en su casa. Samia, la primera, Abla, la segunda. Tardamos en saber qué les ha llevado hasta ahí. Es la decisión más importante del guion y lo que hace atractiva esta película: las dos mujeres se encuentran y se aceptan sin preguntar por qué viven en esa situación: Samia, sola y embarazada, Abla sola, con su hija, Warda, de 8 años. Las vemos recelosas, preservando su intimidad, amasando y cocinando pastelillos, levantando y cerrando la persiana de la pequeña pastelería, ayudando a Warda en sus deberes, confiándose poco a poco. Vemos a los vecinos, humildes como ellas, trabajadores incansables, saldando las necesidades de un día más, amables unos, meticones otros, haciéndose favores, discutiendo, bromeando, la vida que discurre en cualquier ciudad apartada de los focos y la brillantina.


Qué sabemos del otro, nuestro hermano, nuestro vecino. Qué sabemos del día a día de una humilde familia musulmana o hindú o budista o de la China del interior más allá del suceso violento que sale en el periódico un día o del reportaje generalista que nos describe un país en guerra o tiranizado o del fondo exótico que aparece en una historia de aventuras de un occidental en el África subsahariana. Nuestro marco de comprensión del mundo está delimitado por coordenadas occidentales, mayormente anglosajonas, trazadas por guionistas recluidos en una playa de Malibú, tratados a cuerpo de rey por unos inversores que piensan obtener buenos réditos. Ponte en el lugar del otro si quieres desenredar tus prejuicios.


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