miércoles, 12 de mayo de 2021

Decálogo del buen ciudadano, de Víctor Lapuente

 



Víctor Lapuente diagnóstica correctamente el mal de nuestra época, el hedonismo sin responsabilidad. En su análisis del estado actual de la conciencia entrelaza el problema del mundo con el problema del individuo para explicar a qué se debe la idea que como un nubarrón pende sobre nuestras cabezas, la decadencia de Occidente. Nuestras sociedades son más confortables que nunca en el pasado, sin embargo somos infelices. La angustia corroe al individuo. En el plano sociopolítico encuentra dos enemigos: el neoliberalismo que desde los setenta del siglo pasado invitó a todo el mundo a enriquecerse y la nueva izquierda que proclamó: reclama tus derechos y disfruta. Una sociedad que ha creado individuos egocéntricos y hedonistas, que ha olvidado que todo tiene un coste y que los derechos deben ir acompañados de deberes. En el plano individual los individuos egocentricos han olvidado los viejos códigos morales que les unían a la comunidad. La familia, los grupos sociales y religiosos, la patria daban cobijo pero al mismo tiempo exigían responsabilidades. Liberado de obligaciones el individuo se siente extrañamente libre, una libertad que no sabe a qué conduce, en medio de una atmósfera de hastío y soledad.


La receta de Víctor Lapuente para salir de este estado de postracion es también doble. Recuperar la idea de Dios y de patria para conectar de nuevo a los individuos a la comunidad. Unas reglas y un esfuerzo compartido en el que se ha basado históricamente el progreso de la humanidad. Una idea de trascendencia que salve al individuo de su soledad: recrear el sentimiento de pertenencia a una comunidad que tiene un proyecto común. En el plano individual propone la vuelta a las virtudes civicas que proponían los clásicos, con especial recurrencia a Epicteto y Séneca, los estoicos: separa aquello que no puedes controlar de lo que sí puedes. No malgastes tu energía en ensoñaciones. Cultivando las virtudes laicas (templanza coraje valentía y prudencia) y las cristianas (fe, esperanza y caridad), es decir educando el carácter y orientando la conducta desde la probada sabiduría de las generaciones que nos han precedido junto con una preocupación por las que nos sucederán, el individuo encontrará lo que le falta, una vida más saludable, menos angustiada y quizá feliz.


La propuesta filosófica, ética y política de Víctor Lapuente se podría resumir en el aristotélico en el medio está la virtud. Pragmatismo político en lugar de la hybris de los extremistas y dominio de las pasiones de modo que el individuo sea su maestro y no su esclavo. Quién no podría estar de acuerdo con unad propuestas tan razonables, pragmáticas y éticas. Un programa que habría que adoptar de inmediato. Si algo habría que reprocharle es su confianza en la utilidad de las idea de Dios y de Patria, deudoras de la idea de Voltaire de que el pueblo necesita creencias, pues es incapaz de sustentar una vida razonable sin un código moral trascendente que le venga de fuera. ¿Es necesaria su recuperación? ¿No fue ideal ilustrado la emancipación de todo hombre, libres e iguales todos, responsable cada uno de su vida? Las virtudes cívicas estoicas, como ocurrió en el pasado, atraen a las élites culturales y económicas - es moda- que, aunque se propongan como ejemplo a seguir, difícilmente calarán en la vida del común de las gentes. Pueblo y élites: difícil armonización. Igualmente difícil parece recuperar el sentimiento patriótico (¿Cómo sostener el arbitrio de la Patria sino mediante un acto de fe?), no solo porque se tardará en suturar la fractura que está produciendo la multiplicidad de identidades sino porque, en la otra dirección, la conciencia de humanidad, expandiéndose, está dando un salto hacia arriba. Los problemas que afrontamos en el presente, desde la crisis económica a la climática, desde la demográfica a la tecnológica, están creando una conciencia global de pertenencia a un planeta común en peligro. Pero como digo el diagnóstico es correcto.


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