domingo, 17 de enero de 2021

El libro que aparecía en las listas como mejor libro del año

 


Acabas el libro y te preguntas, para qué, para qué este libro, con qué objeto. Ahí debería acabarse toda crítica. No merece la pena detenerse en los tipos descritos con mejor o peor arte, en los sucesos que cuenta, en el escenario rural (parece que se ha convertido en un género), en la selección de las palabras, en la construcción de las frases, en la arquitectura de la novela si no se halla un propósito. Antes de llegar al lector, cabe preguntar, qué se ha querido contar a sí misma la autora, que se traía entre manos cuando escribía, ¿quería llegar a algún sitio? El lector, yo, no lo percibe, tan solo ve un artefacto, un objeto más que clasificar en el inmenso cajón de las novelas, en ese diluvio anual, uno de tantos pero que sin embargo, por determinadas circunstancias (podrían enumerarse como suposiciones pero está feo), consigue auparse a la nombradía. Creo que solo deberíamos hablar de los libros de interés, al menos de los que tienen algo distintivo. Entonces, ¿por qué escribir de este? Porque lo han puesto en el número uno del año.


Como el arte es juego de emociones, genera sentimientos y produce en el mirón, en el lector, en el espectador, los mismos efectos que un enamoramiento o, por el contrario, la falta de interés en algo que no nos ha seducido, puede que también el rechazo o la repulsa de lo que pareció atraernos pero enseguida descubrimos su engaño, su falsedad pomposa. También es posible que ocurra que, como en el amor, algunos sean atraídos por el brillo seductor de una obra mientras que los demás, sin embargo, vean su mala construcción, su falta de nervio e interés. Y, también, que tengamos la necesidad de desbaratar con una cierta saña su artificio justo porque los demás lo han ensalzado impropiamente, a nuestro entender sin merecimiento alguno. Para el autor, que ha desplegado sus artes de seductor, sus emociones y un prolongado sentimiento hacia la obra en construcción, resulta cruel, injusto y desproporcionada la crítica, incluso la razonada y en consecuencia devolverá con emociones intensas el odio hacia sus críticos. Quizá por ello habría que hablar únicamente de las obras grandes, de las que nos transforman, de las que nos enamoran, de las que intuimos en ellas un valor más allá del tiempo y olvidar sin hacer mención a todas las demás, dejando que el tiempo haga su labor. “El tiempo es el castigo”, piensa la narradora al final del libro.




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