miércoles, 8 de julio de 2020

La verdadera historia de la banda de Kelly


Hay películas que se recuerdan por una imagen. Un jinete vestido con un largo vestido rojo, los cabellos al aire, cabalgando, en plano cenital, por un paisaje desolado, entre árboles secos y suelos ásperos, desérticos. La escena inicial es tan poderosa que el director, Justin Kurzel, no se resiste a repetirla al final. Los personajes irán apareciendo en medio de ese paisaje en una cabaña metálica, o eso parece, con ventanas que son breves aberturas al llano hostil, invernal. Una madre con cuatro hijos pequeños y un padre, el jinete vestido de mujer, que no tarda en desaparecer de escena. Cómo alguien podría subsistir en esas condiciones. La madre, irlandesa, aprendemos, se prostituye ante un representante de la fuerza británica, por unas monedas. No muy lejos, en este penal que es Australia hacia 1870, existe una sociedad que simula serlo en Melbourne. El hijo mayor de la familia irlandesa, Ned, se esfuerza para que los suyos sobrevivan pero su buena voluntad fracasa ante medio tan hostil y acaba formando una banda de salteadores fuera de la ley. Toda intento virtuoso está condenado a la violencia.


Es una película extraña en la que es difícil encontrar un momento de paz. El paisaje, el clima, el carácter de las gentes no permite el reposo, el acuerdo, la distracción, todas las energías son absorbidas por la necesidad de sobrevivir. ¿Era así Australia en esa época? Es posible. Tras la independencia de las colonias americanas, los británicos encontraron en Australia la colonia penitenciaria que buscaban. Durante 80 años trasladaron a unos 165.000 convictos en condiciones de esclavitud. Los últimos llegaron en 1868. Ese es el trasfondo sobre el que Peter Carey escribió la novela en que reconstruye la vida de la banda de los Kelly, convertida ahora (2019) en película. Si tuviésemos que incluirla en un género, el más próximo sería el del western a lo Sam Peckinpah, pero más duro. Personajes desgarrados, violentos, con emociones extremas, en la aridez de un desierto imposible, el Outback australiano, un drama concebido como en la tragedia clásica como una abstracción, donde todo es exagerado, los ropajes sucios, las greñas de los personajes, la sangre que los embadurna. También está la madre castradora y el hijo incapaz de romper el cordón pero eso nos llevaría muy lejos. Una energía y tensión que transmite al espectador hasta incomodarlo y desear que la película acabe cuanto antes.



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