Cada día se representa ante nosotros un capítulo del serial, no todos los días tiene igual intensidad, hay días aburridos y otros explosivos. Los personajes principales permanecen, al menos durante la temporada, pero los secundarios rotan según las necesidades del guion. Las tramas y los temas varían con agilidad, unos días se imponen unos y otros días otros. Tramas judiciales y carcelarios, violencia callejera, muchedumbres vociferantes, desoladas o hambrientas, plagas y enfermedades, psicópatas y benévolos doctores, hospitales con el personal estresado y escenas de cama. Los guionistas trabajan entre bambalinas con un ejército de maquilladoras y seguratas, directores de escena y artísticos, escritores de discursos, dialoguistas, estrategas y tácticos. Cada temporada, hay gran pelea en el casting por el papel principal y el de antagonista. Conseguidos, el mayor esfuerzo es permanecer, para ello se forman equipos y se acopian medios y se vende el producto o se ofrece, según el caso, para que sea visto en las mejores horas en el escenario más concurrido. Se crean las tramas más oscuras para desacreditar al adversario o para hundirlo, convenciendo o forzando a fiscales y jueces para que condenen y les hagan desaparecer, al menos mientras dura la temporada, en lóbregas mazmorras de papel. Pero todo depende del volátil gusto de los amantes del serial que unas veces se inclinan por el guapo protagonista y otras por el dicharachero antagonista. Normalmente el barro y la sangre, la baba y el esperma no aparece en primer plano, tan solo se habla de ellos. Los guionistas son pudorosos y juegan a no ofender, aunque, si hace falta, contratan sicarios para que, bajo mano, en las bodegas, hagan las faenas necesarias para mantener a su protagonista y equipo en el poder. En general se presentan las virtudes propias y los vicios ajenos de una forma apolínea, haciendo creer o simulando que se tiene el control, que los problemas que se presentan tienen la solución a mano, que hay un cielo azul que a todos nos espera y al que no tardaremos en llegar. Pero no es más que mera ilusión.
Los actores no son de una pieza, cada uno de ellos está carcomido por el odio y el desdén, son máscaras que ocultan la inseguridad y la angustia. La ambición les corroe hasta la desesperación. Cuando salen del escenario donde representan los dramas se desinflan, a duras penas mantienen la compostura hasta el día siguiente. Necesitan ayuda química para salvar las horas hasta la próxima representación. El mismo escenario apenas mantiene la estabilidad sobre el gran océano sobre el que flota. Hay días de calma pero inopinadamente aparecen tormentas y maremotos de difícil control. Entonces, lo que parecía una comedia se transforma de golpe en tragedia y todo se vuelca patas arriba. No hay guionista o maquilladora, segurata o estratega, becario o doctor que sepa poner convicción en los capítulos que quedan de la temporada. Los actores desaparecen o se muestran tal como son fuera del escenario, guiñapos sin aire, hasta que aparece un nuevo actor, con un nuevo guionista, que coge el timón y hace frente al problema, eso hace creer, hasta capear la tempestad y llegar al fin de la presente temporada.
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