Plátano en Vallejo de Mena
Ayer escuchaba a un hombre declararse teísta. Es raro en estos días. El primer impulso, tras la sorpresa, es el de dejarlo ir, que se quede con sus ideas que yo me voy por mi camino. Al hombre, poco antes, le había escuchado explicar las diferencias entre el atomismo de Demócrito y el ‘idealismo matemático’ de Platón. Lo hizo con solvencia, con convicción, aunque a mí me chirriaba un poco la ‘matemática’ platónica. Pero me dije, es posible que este hombre sepa algo que yo no sé. El sábado pasado me ocurrió algo parecido cuando escuchaba, escéptico, a R. y M. contar sus experiencias con la ‘constelación familiar’. Lo hacían con parecida convicción a la del filósofo. Durante toda una tarde, primero sobre la hierba de un picnic, después en la terraza de un bar de pueblo, no paraban de explicarnos a un pequeño grupo como funcionaban esas sesiones teatrales en que un grupo se reúne para representar dramas familiares del pasado que generan unas emociones incontenibles en los presentes. Me dije, yo que nunca había oído hablar del asunto, quizá R. y M. saben algo que yo no sé. ¿Qué nos separa de la verdadera naturaleza de las cosas? ¿De las verdaderas experiencias y sensaciones de los demás?
Qué sabemos de los demás, más allá de la apariencia tan variable, Cada uno es un mundo de experiencias que ha ido modificando la estructura de su personalidad. Es probable que esas experiencias no hayan sido analizadas y asimiladas, pero conocerlas, comunicarlas, es útil para ellos y para mí y si supieran articularlas en un lenguaje significativo serías ricas, podrían convertirse en conocimiento. Qué sabemos de nosotros mismos. No mucho más de lo que sabemos de los demás. Aunque nos tenemos siempre a mano y somos el objeto al que le suceden cosas y el sujeto que las recibe, siente y trata de comprender, no por eso podemos articular un pensamiento en torno a nosotros, comprendernos y explicarnos a los demás. Nos entregamos como objetos a especialistas de diferentes ramas para que a través de los síntomas que ven o les mostramos nos indiquen cuál es la naturaleza de nuestro malestar material, social o espiritual. No sé si alguna vez, antes de ahora, el hombre ha sido autónomo, si ha tomado las riendas de su destino, si se lo han permitido, si lo ha querido e intentado.
Hay una parte de las experiencias personales que son intransferibles, ¿cómo han llegado el teísta o R. y M. a sus creencias? Quizá ellos no lo sepan y no estén en condiciones de seguir el proceso que les llevó a ello, pero un especialista que los convirtiese en caso podría explicarlo en parte, por conocer el terreno, por comparación con experiencias semejantes que su especialidad le ha permitido conocer, aunque siempre quedará una huella personal irreductible. Es lo que me hace estar alerta, ver qué me tienen que decir, aunque yo ya tengo hecha mi composición de lugar. Si el teísmo o el animismo o la afloración emocional en grupo es un saber, para mí es un saber que no me lleva a ningún sitio, es prescindible, no añade nada esencial al conocimiento del mundo, salvo en lo que toca a la experiencia rabiosamente personal, que les ha llevado, a esas personas en concreto, hasta ahí.
Buena parte de nuestro malestar viene de nuestra incapacidad para expresarnos. No sabemos articular un lenguaje a través del que manifestarnos. Existen muchas formas simbólicas de expresión (Cassirer), el baile, la gestualidad, los rituales sociales, la música, la matemática, el lenguaje común. Ser hábiles en uno no garantiza que podamos expresar lo que somos. A veces cabe pensar que uno no es nada, puesto que está mudo, es incapaz de decir algo con sentido y cuando lo hace repite lo oído, se convierte en altavoz de otros. No puede haber pensamiento si no se es capaz de darle expresión hablada o escrita. Somos en cuanto nos expresamos, cuando en el diálogo con los demás somos capaces de mostrar la diferencia. El mundo nos atraviesa pero para que adquiera sentido hemos de pensarlo de una forma apropiada. Es así como se va constituyendo nuestra identidad, siempre cambiante, que comunicamos a los demás. Gracias al milagro de lenguaje, tomamos conciencia de nuestra identidad cuando nos expresamos y de los demás cuando nos ponemos a escucharlos, desaparece la bruma que nos separa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario