martes, 23 de junio de 2020

El gran experimento


Acabamos de asistir, en realidad aún no ha concluido, a uno de los mayores experimentos sociales de que tengamos noticia, el mayor con los nuevos medios de comunicación (de comunicación, no de información, hay que recalcar). Algo más de tres meses ha durado el estado de alarma, aunque el condicionamiento de la población comenzó en enero y aún sigue, seguramente durante un tiempo que es difícil saber cuándo terminará. El experimento se ha convertido en política práctica, efectiva, en todo el mundo y ha adquirido características diferenciadas por país, aunque con muchos rasgos comunes. La pandemia del coronavirus ha permitido el paso de un sistema político basado en el ejercicio ordinario de la política basado en instituciones, balance de poderes, control por la oposición y medios críticos a una política de excepcionalidad, hasta el extremo de confinar a la población en sus casas.


La excepcionalidad requiere condicionamiento para que sea efectiva. Decretos legales que la implanten y sobre los que apoyarse, exhibición de fuerza que la hagan verosímil (policías multando, carros del ejército en las carreteras), liderazgo capaz de convencer de su necesidad y una fuerza de choque mediático. Los canales de televisión y las redes (Facebook, Twitter, Instagram y Whasapp) han sido el hilo que ha unido a la población en una tensión sin desmayo para que estuviese pendiente de lo que se le tenía que comunicar.


Antes del 14 de marzo, día en que se decretó el estado de alarma, el mensaje que la población debía asumir era el de relativizar el problema de la enfermedad, algo chino de lo que no había que preocuparse. Es difícil saber, aún hoy, la motivación de tal mensaje, si los que lo transmitían lo hacían de buena fe, convencidos de que era así, de que transmitían lo que se les decía o una forma de enmascarar la pura incompetencia.


Entre el 14 de marzo y el 21 de junio lo que los canales comunicaban seguía siendo que no era para tanto, que todo estaba controlado por el extraordinario sistema de salud y el comité de expertos y de minimizar los números de infectados, de muertos, de saturación del sistema y de ocultamiento de cadáveres, de la mala gestión en la compra y distribución del material sanitario y de la diferencial contaminación de los sanitarios españoles. Y como complemento, para que calase que, en comparación, aquí se hacían bien las cosas, el desastre de gestión de gente como Johnson, Trump, Bolsonaro, Duterte y otros. A la población obediente de le pedía que aplaudiese en los balcones a una hora precisa de la tarde.


Ahora estamos en el proceso de amnesia inducida. ¿Realmente ha ocurrido lo que ha ocurrido? Se niega o se maquilla el número real de muertos y, al contrario, se habla de los que se han podido salvar, señalando un número inverosímil y sin fundamento. Y, en paralelo, se inicia, con un feo eufemismo, la llamada ‘nueva normalidad’, en la que se relativiza la debacle económica.


Hay un libro, de reciente aparición, que hace el relato de lo sucedido estos días. Es un libro de producción rápida, también de lectura muy rápida (vale con una tarde). Es útil porque hace el recuento de lo sucedido en los tres meses iniciales, desde enero hasta el día en que se decretó el confinamiento (14 de marzo). Su tema son los medios, canales de tv y redes sociales. Es útil sobre todo para tener fresca la memoria de los datos asociados a las fechas, la cronología, y para no caer en la amnesia que estos días se está induciendo. Faltan muchas cosas, evidentemente. Supongo que vendrán libros mejores, pero ayudará a no olvidar. (La gran manipulación. Cómo la desinformación convirtió a España en el paraíso del coronavirus).



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