domingo, 14 de junio de 2020

Madre


Me han abierto la puerta. Estoy solo. Quería que nadie me robara este momento. He cruzado el umbral de la sala donde reposa tu cuerpo. Un pálpito me ha sobrecogido. Como si me riñeses por llegar tarde, por haberme ido. Cómo si hubieses reanimado tu inanimado cuerpo. Ahora mismo, sentado enfrente, cuando levanto la vista, una leve agitación bulle en ti, el vestido negro con figuras blancas ondulándose como cuando el corazón lo movía, los párpados que han sido tus ojos durante los últimos meses, la barbilla tan ajustada como ya no solía, el cuello, la frente reclamando lo que les es propio, los labios queriendo formar los sonidos de las palabras perdidas. Solo las manos y los pies permanecen ocultos prefigurando la vida inerte que te espera, una vida ya no tuya sino de los seres que serán tus compañeros mañana, tus amigos que harán de ti su alimento y así te voltearán en un millón de vidas que ya no tendrán tu conciencia, serás múltiplo pero no conocerás cómo de nuevo te dispensas.


Dónde estás entonces, qué ha sido de ti. Aquí estoy para retener parte de lo que fuiste. Todavía hoy veo tu agitación, el modo particular en que cada parte de tu cuerpo te expresaba. Veo como tu pecho sube y baja llenando y vaciando los pulmones, veo el contento de tus ojos cuando me veías tras una larga temporada, tu forma de expresarlo, un gruñido que en el enfado transmitía una honda alegría, tus frases cortas, exclamativas, el llanto súbito de los últimos meses que era felicidad arrebatada. Estás ahora concentrada, pensativa, tan callada que no puede ser otra cosa que tu forma de decirme lo que debo retener, la parte de tu conciencia que no quieres que se pierda. Y es que hablas tan poco, siempre tan contenida, que lo que dices no hay que perderlo porque en tu sencilla forma de decirlo no te vas por las ramas, pues solo decías lo que había que decir. Está quieto tu cuerpo pero en mí se agita la vida que no has dejado del todo. Y en mi modo de ser y hablar ven tus nietos y bisnietos y otros que te conocieron y no te conocieron, solo a mí, la clase de mujer que todavía eres, que seguirá siendo durante una larga temporada. Hemos sido silenciosos, cada uno a sus cosas y recuerdos, con una imaginación tan diferentemente adiestrada. No te he hecho confidencias, tú a mí tampoco. Tu forma de estar y la mía era callar en compañía. No hacía falta más. Eran tan diferentes nuestros mundos que las palabras eran invitados inhóspitos. Nos bastaban los gestos, una mirada, una interjección para hacer ver la necesidad y el modo de ahuecarla, de hacer desaparecer su molesta presencia. Una fase del amor a que llegamos pronto, salvada la necesidad, la entrega innecesaria, el feliz desasimiento. 

Madre.




1 comentario:

Marisol dijo...

Preciosa y emotiva la foto