sábado, 13 de junio de 2020

Luces en la oscuridad


Cuando se derriban estatuas del pasado, obra en los activistas una conciencia mítica, creen que de ese modo juzgan y castigan a Churchill, Lincoln y Colón por sus crímenes, con criterios éticos del presente, y al mismo tiempo libran a la actualidad de oscuras conspiraciones contra injusticias que a su ideal les resultan insoportables. Ese obrar no es un movimiento de la razón, en un doble sentido: evita criticar a una parte de los actuales dirigentes políticos que han estado en el poder y que volverán a estarlo, que participan en las acciones de estos días, y que no han hecho gran cosa por mejorar la condición (una buena ley de educación, por ejemplo) de los oprimidos a quienes quieren reparar y, en segundo lugar, al derribar algunos de los símbolos del pasado, discriminando de forma arbitraria (¿por que no al fuego todas las pelis de vaqueros?), impiden la pedagogía histórica. Las estatuas de los héroes antiguos, hoy villanos, y las películas de blancos e indios y de blancos y negros son documentos de un gran valor que explican como no puede explicar un discurso bienintencionado o una serie llena de buenos sentimientos. El individuo que se mueve al abrigo de la masa reniega de su autonomía para ver, comprender y analizar y embiste como un toro contra las oscuras fuerzas de la Historia o contra legendarios personajes que seguirían obrando después de muertos.

El actual activismo derriba una mixtificación del mundo para levantar otra. Todo el movimiento al que asistimos estos días, en el que participan políticos, periodistas, agitadores y las masas populares, no ensancha la capacidad de autodeterminación de los individuos que participan sino que la reducen al limitar la esfera de comprensión de las condiciones de posibilidad que determinan su desarrollo personal. De la comprensión de las determinaciones de la historia depende nuestra propia liberación. Las emociones ciegan la racionalidad. Churchill, Colón y Lincoln pudieron ser racistas en su tiempo, como lo era la época, pero sin su determinación difícilmente los que hoy los derriban podrían haberse liberado de un régimen tiránico como el nazi, haber ampliado la extensión del mundo o haber acabado con la propia idea de racismo. La modernidad nos ofreció la posibilidad de tomar el destino en nuestras manos, estos movimientos parecen cegar esa posibilidad. En este movimiento emocional se produce una recaída supersticiosa en categorías del pensamiento mítico.

Para una mente futura muchos de nuestros comportamientos sociales o de nuestros compromisos éticos resultarán aberrantes, por ejemplo la división del planeta en naciones y estados o la estratificación social, con una educación separada. No podemos echar abajo la Constitución americana, la primera constitución del mundo, porque alguno de sus inspiradores tuviese un número abultado de esclavos en sus plantaciones. No podemos quemar los escritos de Locke y de Voltaire porque en su defensa de los derechos no estaban algunos de los que hoy contemplamos. El progreso humano son luces más o menos intensas guiándonos en medio de la oscuridad.




No hay comentarios: