martes, 30 de junio de 2020

En la Iglesia


¿y qué quedará cuando ya no haya ni incredulidad?

Hierbas, un pavimento con maleza, zarzas, contrafuertes, cielo,

(En la Iglesia, Philip Larkin)


Podemos suprimir el clero y su boato, la estructura burocrática de las iglesias y las confesiones, los rituales, quizá no todos los rituales, seguimos necesitando el encuentro familiar del día del nacimiento y sobre todo del día de la muerte, al que se añaden los amigos, ¿es solo el abrazo fraterno a los deudos desolados el día del funeral lo que nos reúne o concentramos un dolor intenso por la persona a la que decimos adiós, un instante de intensidad antes de que se vaya desvaneciendo en las brumas de la memoria?, podemos hacer desaparecer las ceremonias, los sacramentos, al atildado cura que nos ofrece el dorso de la mano, el aire pútrido que desprende el confesionario y el alma oscura de la organización perdida en las finanzas eclesiales, podemos hacer desaparecer sotanas, kipás, barbas boscosas mal cuidadas y pulidos clérigos trajeados en las pantallas dominicales, incluso la histórica inmundicia de los diezmos obligados y las primicias y, aún así, al presentarte ante la iglesia desnuda recién restaurada con la piedra blanca libre de matas, sentir el escalofrío de la soledad y el silencio, aunque para nuestra desgracia cada vez haya más iglesias cerradas, la ruda conciencia de todo lo que sobra, de todo lo innecesario que has añadido a tu vida, abierta la puerta de pie en medio de la nave frente al presbiterio te confiesas indigno del don que se te ha dado, no hace falta que lo digas en voz alta, aunque puedes, alguien te escucha, tú mismo, reducido a ti sin otra compañía que tú mismo. Hemos expulsado a la religión de nuestras vidas, y con ella también se ha ido lo sagrado, el espacio en el que la vida se entiende y fluye y es, a solas en el clamoroso vacío de la nada una sensación irreal te golpea, se te hace presente, ¿vida, era esto la vida?




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