lunes, 22 de junio de 2020

El debate de Davos. Cassirer/Heidegger


Los días previos al debate del 26 marzo de 1929, que en Davos había reunido a los filósofos alemanes del momento en torno a la pregunta kantiana de ¿Qué es el hombre?, Ernst Cassirer y su mujer se recluyeron en la habitación del lujoso Hotel Belvédère del balneario suizo, aquejados de un fuerte resfriado, mientras Heidegger y alguno de sus amigos, con espíritu deportivo, escalaban los picos cercanos y volvían de las cumbres entrando juvenilmente arrogantes en el hotel con los esquíes al hombro. Estados anímicos y corporales tan diferentes presagiaban el resultado de un debate que enfrentaba a los dos grandes filósofos que por igual se consideraban kantianos, aunque de generaciones y cosmovisiones diferentes. Heidegger rayaba los 39 y Cassirer los 54. El contexto era la posguerra alemana, el final de los años veinte y el inicio de la gran depresión, sin olvidar el impacto que supuso, en 1924, la publicación de La montaña mágica de Thomas Mann, centrada en el mismo Davos, que los asistentes habían leído. Más tarde los comentaristas vieron en Cassirer la reencarnación de Settembrini, orgulloso hijo de la Ilustración, un espíritu libre, un humanista de gran elocuencia, y en Heidegger, un Naphta, el ingenioso jesuita con una sombría imagen del hombre, Gran Inquisidor del Espíritu. El espíritu conciliador de la democracia contra el extremismo existencialista que espera una revolución radical, ya sea de izquierdas o de derechas. Ambos ya habían publicado parte de sus obras más significativas, Filosofía de las formas simbólicas y Ser y tiempo, respectivamente. La importancia del debate se magnificó posteriormente como consecuencia de la diferente trayectoria de ambos filósofos. Cassirer era el único de los grandes filósofos alemanes, incluyendo a Benjamin y Wittgenstein, que defendió la República de Weimar. Heidegger se enfrentaba a un judío que pronto habría de huir de la Alemania nazi, mientras él se haa miembro del partido hitleriano. Entre los asistentes, como estudiantes invitados, se encontraban figuras del pensamiento que habrían de tener gran relevancia posterior: el sociólogo Norbert Elias y los filósofos Herbert Marcuse, Rudolf Carnap, Leo Strauss, Maurice de Gandillac, Joachim Ritter y Emmanuel Levinas.


Ya entonces, los agitadores como el sociólogo austriaco Othmar Spann, en una conferencia en la universidad de Munich, en presencia de Hitler, consideraban que la rama judía de la filosofía, a la que pertenecían Cassirer y su maestro Hermann Cohen, no era propiamente alemana, sino extranjeros que venían a recordarle al pueblo alemán su filosofía kantiana, de forma muy defectuosa. El vigor físico de Heidegger y su apelación a la autenticidad que encontraba en los campesinos de la Selva Negra derrotaron, para los jóvenes asistentes, al profesor de Hamburgo, que había estudiado las formas de la cultura en sus diferentes expresiones, valiéndose de la biblioteca Warburg. Cassirer representaba la rama de la ilustración que creía en el progreso y en la validez de las verdades universales que descubría la ciencia. Heidegger, por el contrario, desde el relativismo existencialista de la experiencia del ser ligado a la nada, proponía a los jóvenes el camino de regreso a la sencillez de lo que existe. Muchos han considerado este debate como un punto de ruptura en el pensamiento continental.


¿Qué es la finitud humana? ¿Qué es la objetividad? ¿Qué es cultura? ¿Qué es la verdad?, se preguntaban y respondían los filósofos en el estrado. La pregunta decisiva la planteó un estudiante, “¿Es, en algún sentido, tarea de la filosofía liberar de la angustia? ¿No es más bien su tarea la de entregar radicalmente al hombre a la angustia?”. La pregunta era el parteaguas que separaba al heredero de la ilustración, que incardinaba al hombre en las formas simbólicas de la tradición cultural, de quien aspiraba a una vuelta a la metafísica abismándose en la nada y en la angustia. “La filosofía tiene que hacer al hombre libre en el grado en que pueda ser libre. Al hacerlo, lo libera, creo yo, de una vez por todas y en un sentido radical de la angustia como simple modo de sentirse”, respondió Cassirer. “La misión de la filosofía consiste, por así decirlo, en sacar al hombre del estado perezoso de quien solo se sirve de las obras del espíritu y devolverlo a la dureza de su destino”, respondió Heidegger.


El 1 de mayo de 1933, tres años después, recién nombrado rector de la Universidad de Friburgo, Heidegger, miembro del partido nazi, tras pronunciar la conferencia inaugural, en un artículo de periódico, escribió: “Las doctrinas y las “ideas” no deben ser la norma de vuestro ser. El Führer, y solo él, es la realidad alemana de hoy y del futuro; él es su ley”. Cassirer, por su parte, tuvo que abandonar la docencia, obligado por las nuevas leyes nazis. El 2 de mayo de 1933 marchó de Hamburgo a Suiza y luego a EE UU. Nunca volvió a Alemania. Las generaciones se suceden unas a otras, pero a menudo el cambio de lo viejo por lo nuevo no es liberador.



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