Westworld
me gustó mucho la primera vez, un parque de robosts indistinguibles
de los humanos al servicio de estos, y lo que subyacía, relacionarte
con iguales a ti, totalmente dispuestos a cumplir tu voluntad y tus
deseos, sin réplica, sin angustia, sin el desgaste del
dolor y la decepción que supone normalmente
el
trato con los demás hombres. En la segunda temporada aparecen las
sombras que enturbian el avance de la tecnología. Los androides
quieren ser como los humanos, vivir su propia vida. En la tercera la
inteligencia artificial domina el mundo, lo
remodela a
su gusto,
quiere
convertir
a
la especie humana en
esclava,
una
distopía,
aunque el
espíritu maligno que
muestra la IA ha sido
programado por humanos. Como
no podía ser de otro modo al final resultará
que los propios androides tienen sentimientos mejores y una moral tan
humana que salvará a los humanos de sí mismos. A medida que han ido
avanzando los capítulos, a pesar del gran presupuesto, de los
efectos especiales, de
los paisajes futuristas (con tomas en la Ciudad de las Artes de
Valencia), de
los hermosos androides, la serie se vuelve más y más aburrida.
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