Cualquier
escrito, cualquier grabación, es un puente, una llamada para quién
encerrado en su cráneo quiere decir algo u
oír a otros como él igualmente encerrados en sí.
Si
ya de por sí estamos confinados en nuestro interior, con tantas
dificultades para dar concreción a nuestra angustia, a nuestro
malestar, viendo frustrado el desesperado intento por tender un
puente (¿hacia dónde?), que la vida comunitaria se convierta a su
vez en un campo cerrado con una plantilla limitada de cosas que hacer
hace de la vida un acontecer mecánico, sin alma. Un absurdo. (Un
absurdo que tiene su expresión más clara en la vida política).
Es
evidente que lo que sucede es una metáfora (una alegoría) que está
aún por descifrar. Una enfermedad y una terapia al mismo tiempo.
Todo es tan absurdo que no puede ser el fin, tiene que haber un
puente que lleve a algún sitio.
¿No
es lo más desalentador la falta de preguntas o que entre tanto bla
bla bla no haya un vozarrón que haga silencio en torno a sí con la
pregunta que todos ahora mismo esperamos?
No
podemos ir más allá de la determinación de la época sin dar con
la pregunta capaz de deshacer el nudo absurdo que nos aprieta. Las
preguntas determinan las épocas o cada época determina la pregunta
que ansía responder.
¿De
qué naturaleza es nuestra ruina?
No es esa la pregunta.
Una
pregunta a la que podamos responder, una pregunta que la época
espera porque está en condiciones de responder.
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