“El
vendaval doblega los arbolillos.
Sopla
muy fuerte, y pronto pasará.
Hoy
el romano y sus cuitas
son
cenizas bajo Uricon”.
(Alfred
Edward Housman)
En
los cuentos de Alice Munro hay dos partes, la que ella pone y la que
pone el lector. Y a menudo esta es la más importante. La autora
sitúa en el cuento los caminos que transitan sus personajes, algunos
de los adornos de sus casas, parte del tejido de sus emociones. La
narradora de
este relato, cuyo nombre no llegamos a conocer,
es
una narradora meticulosa que va tejiendo un tapiz lleno de detalles
de atmósfera de la que van sobresaliendo personajes que le llaman la
atención por su rareza,
rareza
para una chica que viene de una granja a la ciudad.
El primero es su primo Ernie, un hombre cuidadoso que no tiene otra
vida que la que lleva con su madre. Cuando la
narradora
va a la ciudad a estudiar a la universidad, Ernie la invita a cenar
uno
de cada dos domingos. La autora prende en la mente del lector la
sospecha de que entre la
narradora
y su primo va a ocurrir algo desagradable porque muestra la
incomodidad de la narradora. “Yo
esperaba que no nos viera nadie de la universidad y fuera a pensar
que era mi novio”.
Pero no sucede.
La
narradora
se aloja en una casa de huéspedes extravagantes, tan
poco amigables
como
la casa misma, la dueña, el niño, el aire sombrío, desordenado y
maloliente.
Tiene
para ella sola un amplio desván aunque de techos no muy altos, hasta
que la dueña de la casa le dice
que tendrá que compartirlo con Nina. Nina era una chica algo mayor
para empezar la universidad, aunque por su aspecto aparentaba menos
de los años que tenía. Cuando intimaron le contó su historia. Una
historia para no creérsela
por todas
las
cosas
que le habían
ocurrido. Vivía
con su abuela porque su padrastro no la quería. Con
apenas quince años quedó
preñada, y
luego dos veces más
antes de que el padre de sus hijos la dejase. Dejó a sus hijos a
cargo de la abuela y se marchó a Chicago. Allí conoció al señor
Purvis, se puso a vivir con él, la llevó de viaje por el mundo y
contra la
voluntad del señor Purvis tuvo una hija más, Gemma. El señor
Purvis detestaba a los niños, así
que
Nina tuvo que ponerse a trabajar y a vivir por su cuenta,
compartiendo
habitación con otra mujer.
Pero Gemma murió en
una noche de
borrachera de la compañera y de
despreocupación por
parte de
Nina. Entonces
volvió con el señor Purvis. Nina le dijo que quería estudiar y que
quería llevar vida de estudiante. Al señor Purvis no
le
pareció mal
y ahí estaba, en el desván junto a
la narradora,
contándole
su historia.
Hasta
aquí pareciera que la historia de El
filo de Wenlock
va de los personajes raros con que la narradora se va topando en la
vida, la historia de su primo Ernest, la de su compañera de
habitación, Nina, y la del misterioso
y atemorizador señor Purvis. Pero no es así y la autora no le ha
dado pistas al lector para que lo vea de otro modo. Resulta que el
asunto del cuento era otra cosa inesperada. Una
noche Nina se encuentra mal y no puede volver a casa del señor
Purvis como hace los fines de semana. La narradora,
sorprendentemente, acepta ir en su lugar. Una misteriosa mujer, la
señora Winner,
que vigila cada
paso que
Nina da,
la lleva en coche. Si todos los personajes son misteriosos, detrás
de cada uno el lector ha tejido una historia que desea que tenga
continuidad y llegue a un fin, el señor Purvis es el más
misterioso. La narradora se anticipa al lector y hace algo que el
lector no haría, o sí. Acepta la invitación de un hombre que
desconoce, es mayor y produce un rechazo instintivo. Para cenar es
invitada por
la señora Winner a
desnudarse, podría haberlo rechazado pero no lo hace. (“Pero
bueno, dijo la señora Winner al ver que seguía sin moverme, ¿Es
que te crees distinta de las demás? ¿Te crees que no he visto ya lo
que tenéis?. Fue en parte su desprecio lo que me hizo quedarme. En
parte. Eso y mi orgullo.”).
El
viejo señor Purvis se sienta a la mesa vestido y come un bocado, la
narradora, con su pecho juvenil
y pezones erguidos sobre la mesa. Al acabar la invita a la
biblioteca, y le pide que le lea un
poema, aquel
que dice: «En
el filo de Wenlock el bosque está en apuros…»,
pero
que por favor no cruce las piernas. Mientras
la narradora lee con
entonación
rural el poema de Housman, el
viejo Purvis mira sin disimulo su desnudez. A la narradora como al
lector le ha perdido la curiosidad. (“Tenía
la sensación de que todo el mundo iba en cierto modo desnudo. El
señor Purvis iba desnudo, aunque llevaba ropa. Todos éramos seres
tristes, despojados, escindidos. La vergüenza fue desvaneciéndose”).
Y
ya está. El
señor Purvis le dice que se vaya. La narradora se siente
traicionada, Nina sabía lo que le iba a pasar. Mientras
tanto Nina y Ernest, otra sorpresa, esa
misma noche se
han escapado de la vigilancia de la señora Winter y se han ido a
vivir juntos. Más
tarde
Nina volverá
con el señor Purvis.
Lo que sigue es una pequeña venganza de la narradora para
compensar la
traición y la
pérdida de su inocencia.
EL filo de Wenlock (Cara B).
EL filo de Wenlock (Cara B).
1 comentario:
No entendí la parte de la venganza, qué es lo que manda en la carta la narradora? cuál era su plan?
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