jueves, 14 de mayo de 2020

Tres mujeres, Lisa Taddeo


Este libro no es difícil de leer, tampoco fácil. La dificultad no tiene que ver con el tema o los personajes que podrían tener interés. Tiene que ver con el enfoque, con la escritura, con la autora. Si hemos de creerla durante años ha acompañado la vida de tres mujeres americanas, ha tratado de extraer la médula de sus vidas, mostrando que el sexo es la actividad vital principal, que todo gira alrededor, lo cual es una reducción extrema. Aunque es posible que eso sólo esté en la mente de la autora y no en la de las tres mujeres auscultadas. En un caso, Maggie, la cuestión clave es que se enrolla con un profesor de secundaria casado, o que él la seduce, por supuesto mayor que ella. Lo denunciará y, en consecuencia, tendrá que pasar por un mal trago judicial y la torva mirada de vecinos y conocidos. En otro, Lina tras un matrimonio fracasado, vuelve con un chico de la escuela, que le hará recordar una violación en grupo. Con el reencuentro vuelve el deseo y el trajín físico de los cuerpos que había olvidado. Y en el tercero, Sloane, una hermosa y estilizada mujer de mundo, sea lo que sea eso, con facilidad para las relaciones sexuales variadas, se casa con un hombre también mayor que ella con quien además de llevar un restaurante juntos, él chef y ella maître, comparten una vida sexual abierta a otras personas formando tríos. Las tres mujeres se contraponen a los tipos con quienes se encadenan, Knodel o la condena social para Maggie, Aidan o la sumisión incondicional para Lina, Richard o la subordinación emocional para Sloane.

En ningún momento he conseguido entrar en las historias. Y cualquier libro antes que nada debe seducir al lector, porque está bien escrito, porque se produce algún tipo de identificación con los personajes o porque observa algo que desconoce, le atrapa y le atrae. Nada de eso ha sucedido con este libro. No funciona, creo, por dos motivos. La autora no pone nada de su experiencia, está narrando de oídas cosas que desconoce. Lo hace metiéndose en la piel de tres mujeres que sí la tienen, convirtiéndolas en narradoras de su vida, pero al recrearlas, al no partir de la propia experiencia no las hace creíbles, no funcionan como personajes novelescos. Decía Flaubert, Madame Bovary soy yo. Pues eso es lo que falta en el libro. Salvo en el prólogo, cuando la autora relata de forma breve la historia de su madre, perseguida por un masturbador al entrar y salir cada día de un puesto de frutas del mercado de Bolonia. La alternativa era el punto de vista del psicólogo o del sociólogo, contar la historia de tres mujeres llevadas por el deseo como casos de esas disciplinas, con la mirada del profesional, o del buen reportero, que no solo ha oído lo que ellas tuvieran que decirle sino que ha indagado en sus vidas por otros medios, buscando testimonios, tomando notas de los lugares donde han vivido, de los objetos de que se han rodeado, de sus desechos. Nada de eso está en el libro. Muchos lo han hecho antes, escribiendo libros tan o más valiosos que una novela. Janet Malcolm, por ejemplo, o el más controvertido Gay Talese. La impresión final es que son historias sórdidas sin redención posible, caso de Maggie, no sórdidas porque acaben mal, sino porque el lector no se encuentra a gusto en ellas. Esa sordidez, no sé si tiene que ver la traducción en ello, está en la propia escritura, que a menudo, en las historias de Lina y Sloane al menos, parte del tipo de lirismo que acompañaba a las revistas ilustradas con mujeres desnudas para hombres. El deseo, si ese es el tema, no siempre es sórdido y estas mujeres no pueden ser representativas. Ese es el caso. O, acaso, soy un hombre y yo no era el destinatario de este libro.


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