Este
libro no es difícil de leer, tampoco fácil. La
dificultad no
tiene que ver con el tema o los personajes que podrían tener
interés. Tiene que ver con el enfoque, con la escritura, con la
autora. Si hemos de creerla durante años ha acompañado la vida de
tres mujeres americanas, ha tratado de extraer la médula de sus
vidas, mostrando
que el
sexo es
la
actividad
vital principal,
que todo gira alrededor,
lo cual es una reducción extrema. Aunque es posible que eso sólo
esté en la mente de la autora y no en la de las tres mujeres
auscultadas. En un caso, Maggie, la cuestión clave es que se enrolla
con un profesor
de
secundaria casado,
o
que él la seduce, por
supuesto mayor que ella. Lo
denunciará
y, en consecuencia, tendrá
que pasar por un mal trago judicial y
la torva mirada de vecinos y conocidos.
En otro, Lina
tras un matrimonio fracasado, vuelve con un chico de la escuela, que
le hará recordar una violación en grupo. Con
el reencuentro vuelve
el deseo y el
trajín
físico de los cuerpos que había olvidado.
Y en el tercero, Sloane, una hermosa
y estilizada mujer de
mundo, sea lo que sea eso, con facilidad para las
relaciones sexuales variadas, se casa con un hombre también mayor
que
ella con
quien
además de llevar
un restaurante juntos,
él chef
y ella maître,
comparten una vida sexual abierta a otras personas formando tríos.
Las
tres mujeres se contraponen a los tipos con quienes se encadenan, Knodel o la condena social para Maggie, Aidan o la sumisión incondicional para Lina, Richard o la subordinación emocional para Sloane.
En
ningún momento he conseguido entrar en las historias. Y cualquier
libro antes que nada debe seducir al lector, porque está bien
escrito, porque se produce algún tipo de identificación con los
personajes o porque observa algo que desconoce, le atrapa y le atrae.
Nada de eso ha sucedido con este libro. No funciona,
creo, por dos motivos. La autora no pone nada de su experiencia, está
narrando de
oídas cosas
que desconoce. Lo hace metiéndose en la piel de tres mujeres que
sí la tienen,
convirtiéndolas en narradoras de su vida, pero al recrearlas, al no
partir de la
propia experiencia no las hace creíbles, no funcionan como
personajes novelescos. Decía Flaubert, Madame Bovary soy yo. Pues
eso es lo que falta en
el
libro. Salvo
en el prólogo, cuando la autora relata de forma breve la historia de su madre, perseguida por un masturbador
al entrar y salir cada día de un puesto de frutas del mercado de Bolonia. La
alternativa era el punto de vista del psicólogo o del sociólogo,
contar la historia de tres
mujeres llevadas
por el deseo como
casos de esas disciplinas, con la mirada del profesional, o
del buen reportero,
que no solo ha oído lo que ellas tuvieran que decirle sino que ha
indagado en sus vidas por otros medios, buscando testimonios, tomando
notas de los lugares donde han vivido, de los objetos de
que
se han rodeado, de sus desechos. Nada de eso está en el libro.
Muchos lo han hecho antes, escribiendo libros tan o
más valiosos
que
una novela. Janet Malcolm, por ejemplo, o el más controvertido Gay Talese. La
impresión final es que son historias sórdidas sin redención
posible, caso
de Maggie,
no sórdidas porque acaben mal, sino porque el
lector no se encuentra a gusto en ellas.
Esa
sordidez, no sé si tiene que ver la traducción en ello, está en la
propia escritura, que a menudo, en
las
historias
de Lina y
Sloane al menos,
parte
del
tipo de lirismo
que acompañaba a las revistas ilustradas con mujeres desnudas para
hombres. El deseo, si ese es el tema, no siempre
es
sórdido
y estas mujeres no pueden ser representativas. Ese es el caso. O, acaso, soy un hombre y yo no era el destinatario de este libro.
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