viernes, 15 de mayo de 2020

Mal menor



Probablemente, el primer principio de la práctica política sea buscar el mal menor. Al contrario, el peor es prometer el Bien Absoluto y cual flautista de Hamelin obligar a la población de ratones a correr en pos de él. Todos tenemos enemigos con quienes no iríamos ni a tomar un café, o sí, a tomar un café sí para oírles deponer lo que consideramos locuras. Una parte del país considera que defender la Constitución y las instituciones es necesario para preservar la convivencia. No nos negamos a que puedan ser cambiadas, reformadas o mejoradas, pero para nosotros los procedimientos son tan importantes como las propias leyes. Hay quien opina que las leyes, la Constitución entre ellas, se cambian a lo bruto porque el bien prometido es superior a cualquier ordenamiento. La experiencia histórica nos dice que las revoluciones suelen conducir a las guerras, al derramamiento de sangre, a una violencia insoportable. Los del Bien consideran que son gajes que hay que asumir.

En un estado de cosas como el actual donde la coalición de gobierno está cosida con miembros antisistema: Podemos, ERC, Bildu y demás nacionalistas, a quienes no importa descoser el Estado y sus instituciones, es más, es su objetivo declarado para hacer otra cosa, y con vistas a los cuatro años de legislatura donde tienen tiempo para avanzar en sus objetivos, el mal menor es diluir su potencial destructivo, hacer lo posible para que algunas de las cosas que proponen no se realicen. Dejarles hacer, ya nos cobraremos la pieza dentro de cuatro años, es un mal mayor, en algún punto irremediable, con el daño consiguiente. Por tanto lo que habría que hacer es entrometerse, deshacer, rebajar, diluir dentro de nuestras posibilidades. No creo que la táctica de cuanto peor mejor haya llevado nunca a nada bueno.


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