Probablemente,
el primer principio de la práctica política sea buscar el mal
menor. Al contrario, el peor es prometer el Bien Absoluto
y cual flautista de Hamelin obligar a la población de ratones a
correr en pos de él. Todos tenemos enemigos con quienes no iríamos
ni a tomar un café, o sí, a tomar un café sí para oírles deponer
lo que consideramos locuras. Una parte del país considera que
defender
la Constitución y las instituciones es necesario para preservar la
convivencia. No nos negamos a que puedan ser cambiadas, reformadas o
mejoradas, pero para nosotros los procedimientos son tan importantes
como las propias leyes. Hay quien opina que las leyes, la
Constitución entre ellas, se cambian a lo bruto porque el bien
prometido es superior a cualquier ordenamiento.
La experiencia histórica nos dice que las revoluciones suelen
conducir a las guerras, al derramamiento de sangre, a una violencia
insoportable. Los del Bien consideran que son gajes que hay que
asumir.
En
un estado de cosas como el actual donde la coalición de gobierno
está cosida con miembros antisistema: Podemos,
ERC, Bildu y
demás nacionalistas,
a quienes no importa descoser
el Estado y sus instituciones, es más, es su objetivo declarado para
hacer otra cosa, y con vistas a los cuatro años de legislatura donde
tienen tiempo para avanzar en sus objetivos, el mal menor es diluir
su potencial destructivo, hacer lo posible para
que
algunas de las cosas que proponen no se realicen. Dejarles hacer, ya
nos cobraremos la pieza dentro de cuatro años, es un mal mayor, en
algún punto irremediable, con el daño consiguiente. Por tanto lo
que habría
que hacer es entrometerse, deshacer, rebajar, diluir dentro de
nuestras posibilidades. No
creo que la táctica de cuanto peor mejor haya llevado nunca a nada
bueno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario