domingo, 17 de mayo de 2020

Pozos profundos (Demasiada felicidad. Alice Munro)



La atención es la oración natural del alma” (Malebranche)

Hay un momento en la lectura en que el tiempo se dilata o se para porque el lector sabe que ha llegado a la médula. La atención se concentra abstrayéndose del mundo de los sentidos hasta ser golpeado por la sorpresa de lo que está descubriendo, por el dolor de lo que se presenta de modo inesperado ante sus ojos. Está Sally, la madre, aunque padre y madre no aparecen como roles asentados, Sally es en torno a quien gira el relato (se cuenta en tercera persona, pero es como si fuese Sally quien narrara, una sabiduría que requiere un técnica extraordinaria, porque es ella el centro del relato), está Alex, el padre, una figura borrosa, que no adquiere presencia sino en la reacción que provoca a su alrededor, como un reactivo en química, y están Peter, Savanna y Kent, sobre todo está Kent. A Kent, desde el principio, le alumbra una luz particular, una luz sombría lo enfoca y lo oscurece al mismo tiempo. Kent es un chico listo, está seguro de que será un científico importante. Consciente de su diferencia, es mordaz, imprudente y no le importa herir a quienes le quieren. La familia hace una excursión, cuando los hijos son niños todavía, a un paraje geológico particular donde piensan hacer pic nic. Alex es geólogo, le acaban de publicar un artículo en una revista importante y ese día lo celebran. Tienen que tener cuidado porque está lleno de agujeros, pozos producidos por la erosión. Un paisaje amenazante: “Cavidades profundas, algunas tan grandes como ataúdes, otras incluso más, como habitaciones cortadas en la roca”. Kent se aparta y cae en uno de ellos. Sally, mientras da el pecho a Savanna, lo intuye y grita. Entre Sally y Alex consiguen sacarlo y llevarlo al hospital con las piernas rotas. Antes de que cada uno de los hijos esté en edad de ir a la universidad, Kent se va de casa. Tendrán muy pocas noticias de dónde está, de qué hace con su vida, un par de cartas. Imaginan qué puede ser de él. Especulan sin fundamento. Alex muere inopinadamente, tras ingresar en un hospital para una operación, el día que le daban el alta. 

Un día, Savanna, en las imágenes de la tele que informan sobre un gran incendio en Toronto en una zona de viviendas antiguas, cree reconocer a su hermano. Da con él, concierta una cita, informa a Sally. Ahí es cuando el tiempo del relato se ralentiza, como en las películas de los años 70 y 80, cuando decíamos que las imágenes aparecían a cámara lenta. Lo que Sally ve, en lo que Kent (tan próximo en ingles a Can't) ha devenido, ahora se llama Jonás, el paisaje exterior donde habita, vive en la mugre de una comunidad indefinida, el paisaje interior, el alma de Kent, el choque entre Sally y Kent, el alma de Sally. Sally quiere comprender y huir al mismo tiempo, pero no sucede ni lo uno ni lo otro. Y el alma del lector queda enganchada en lo que lee, rota, dolorida. Leído con la atención adecuada, cada relato de Alice Munro produce un terremoto el el tejido interior del lector. En silencio, cerrado el libro, comprende la metáfora de la atracción misteriosa de Sally por las islas remotas, pequeñas y desconocidas a las que raramente nadie va, Ascensión, Tristán de Acuña, las islas Chatham, la isla de Navidad, la isla Desolación y las Feroe.

¿Hay que ser madre y vivir algo semejante puede escribir algo así? Alice Munro es madre de tres hijos. Su segundo marido era geógrafo y murió en 2013, antes, pues, de que publicara el relato. Deep Holes fue publicado en 2008 en The New Yorker. Y después en el volumen Too Much Happiness, 2009. (Demasiada felicidad). 

Cosas que estamos aprendiendo

Cara B. Pozos profundos.



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