Por
primera vez me han dado un saquito minúsculo
en
la cola del Mercadona, una cola más amplia que la
de los
días de entresemana. Lo
he roto, los
nuevos guantes de plástico se ajustan mejor, se ciñen a los dedos y
a la muñeca, apenas quedan burbujas
o resquicios
por donde el aire penetre. Buen diseño. Mientras me los ponía
pensaba en los personajes públicos, en aquellos que
puedes calzártelos como guantes,
en los
que
uno puede meterse dentro de su piel y en los que no. No existen
personas únicas, de una pieza, en las que no quede un resto de
humanidad, siendo la humanidad lo que nos une, lo que nos permite
comprender y ser comprendidos, el músculo invisible en el que se
proyecta la empatía. No son los rasgos comunes que derivan de
nuestra naturaleza, sino lo que la cultura, las costumbres, el
aprendizaje ha ido tejiendo para hacer comunidad. Interactuamos
porque todo eso nos humaniza. Contra la humanización se elevan las
anomalías psíquicas, los defectos o
imperfecciones
que dan a cada personalidad su particularismo, que por el viaje de
cada cual por la vida se acentúan o se corrigen o se anulan con la
educación hasta hacerlas casi desaparecer: los instintos, los
impulsos, los deseos. Meterse en la piel de otra persona es intentar
comprenderla, es probar con aquello que hay de diferente en cada uno,
por qué se comporta de ese modo, por qué esa pasión por acumular
objetos, la avaricia, el poder, por coleccionar
conquistas sexuales, por ser famoso. La novela moderna nació de ahí,
como las películas. Ahora mismo, escucho al otro lado de la
habitación la monocorde voz del presidente. Durante un momento he
visto un rostro entre compungido y retador, un jeroglífico
que expresa su incomprensión por quienes no le adoran y su desprecio
hacia
quienes le quieren hundir. Hay
muchos personajes de ese estilo.
Trump,
Bolsonaro, Johnson, Maduro. Es
un rostro humano que se puede entender si uno lo pretende. Podemos
caricaturizarlo, reírnos de él,
ponerlo en el escenario, hacer lo que se nos ocurra con él.
O puede que sí, que
haya extraños
individuos que no forman parte de la humanidad. Esos
con los que es imposible empatizar. ¿Alguien ha escrito
alguna vez una
novela o una película donde el protagonista sea Hitler o Stalin? No
valen aquellas donde un personaje lo mira embobado o iracundo, porque
entonces la película va sobre el hombre feliz o atormentado que
mira de ese modo,
hablo de un escritor que se meta dentro de la personalidad del
monstruo. Yo,
yo
Adolf,
expresando en primera persona mis emociones, el vínculo que me une a
la humanidad. Sí
que valen los documentales o los estudios psicológicos, porque lo
ven como objeto, lo muestran como es o cómo se le ve. En ellos, como
alguna
de las personas
que nos hemos encontrado en el trato diario o en el ámbito político,
lo que vemos, lo que nos llama la atención es su
anómala extrañeza, su
inhumanidad. Ante la inhumanidad hay dos respuestas, o se les adora o
se les teme o ambas cosas. Muchos
caen rendidos ante lo incomprensible porque negarse a entender es el
requisito de la adoración, del trato irracional, encadenarse
a
su magnetismo. Y hay quien, impotente, querría destruirlos pero
su presencia o su mera imagen los paraliza, temen
su venganza,
no
saben en qué consistirá pero la temen. Como son inhumanos solos no son nada, necesitan devorar la humanidad que no tienen, para mantenerse necesitan destruir, una especie de agujero negro que engulle todo lo que queda a su alcance. Hay ejemplos, los tienes a tu alrededor.
1 comentario:
Hola.
Respecto a su pregunta: ¿Alguien ha escrito alguna vez una novela o una película donde el protagonista sea Hitler o Stalin? Hablando de sus emociones íntimas.
Tengo una respuesta a medias.
Recuerdo que en "Vida y Destino" de Vasili Grossman, en el capítulo 17 de la tercera parte, el narrador se adentra en los pensamientos de Hitler mientras pasea solo por el bosque de Görlitz que rodea uno de sus refugios de montaña. Son pensamientos transparentes (ficticios, claro) en los que se muestran sus dudas, y debilidades y cómo se ve a sí mismo frente a los que le rodean (Stalin incluido).
El capítulo es esclarecedor sobre la naturaleza humana de Hitler porque va en paralelo con otros (47-50 de la 2ª parte) que hemos leído antes, en el que David, un pequeño judío (que finalmente a acabado en la cámara de gas junto a una desconocida en una escena magistralmente escrita) percibe todo el horror abstracto del mundo condensado en la ilustración de un lobo en un cuento infantil que amenaza a una cabritilla en la oscuridad del bosque.
Durante su paseo Hitler se ve solo en el bosque ya oscureciendo y tiene miedo de su situación y el peso que soporta, surgen entonces de su memoria sus miedos infantiles, y recuerda la ilustración de un cuento en el que un lobo acecha a una misma cabritilla en un mismo bosque. Así cierra el autor el círculo de humanidad entre el niño David y el niño Adolf.
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Copio y pego:
"La soledad en el bosque, que inicialmente le había calmado, ahora le parecía espantosa. Solo, sin guardaespaldas, sin los habituales ayudantes de campo, se sentía como el niño del cuento que se pierde en la oscuridad del bosque encantado. Del mismo modo vagaba Pulgarcito; así se había perdido la cabritilla en el bosque, sin saber que en la oscuridad acechaba el lobo.
De las oscuras tinieblas de las décadas transcurridas emergieron sus miedos infantiles, el recuerdo de la ilustración de un libro de cuentos: una cabritilla en un claro iluminado por el sol, y entre la espesura húmeda y oscura del bosque, los ojos rojos y los dientes blancos del lobo.
De repente Hitler sintió deseos de, gritar como cuando era niño; deseaba llamar a su madre, cerrar los ojos, correr."
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"Vida y Destino" es una novela muy larga y a ratos tediosa en su parte de la burocracia del estalinismo, pero tiene fragmentos como este y muchos otros que brillan de forma intensa, en mi memoria al menos.
Un saludo desde Logroño.
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