lunes, 1 de junio de 2020

Algunas mujeres (Demasiada Felicidad, Alice Munro)



Este cuento como el título indica va de mujeres. Y si hay mujeres, algún hombre debe haber. Hay uno, pero se está muriendo. Es verano y la narradora obtiene su primer trabajo como cuidadora. Cuando lo cuenta es una viejecita que ve pasar el tiempo demasiado rápido. Aquel verano sólo tenía trece años y todavía las chicas llevaban corpiños y cancanes que se quedaban de pie en el suelo. La polio y la leucemia eran enfermedades dañinas, la primera dejaba graves secuelas, la segunda no daba segundas oportunidades. La contratan para cuidar a un enfermo terminal, el señor Crozier, mientras su mujer, la joven señora Crozier, dos tardes a la semana, da clases en la universidad. No es mucho lo que tiene que hacer la narradora, subir una jarra de agua a la habitación del enfermo cuando se lo piden. La otra habitante de la mansión de ricos es la vieja señora Crozier, madrastra del enfermo, Dorothy. Es una señora antipática que no tolera que se desordenen las cosas. Un día ve que la narradora tiene en sus manos un volumen de I Promesi Spossi y le dice que si quiere leer algo que se lo traiga de casa.

Hay un giro narrativo cuando llega a la casa Roxanne para dar masajes a la vieja Crozier en la planta baja. Casada con un mecánico, de cultura muy básica, es una mujer con hoyuelos en los carrillos que impone su humor y optimismo a todo el mundo. La vieja que le sigue el juego parece cómoda con ella. El enfermo, cuando Roxanne, después del masaje, acude cada tarde a su cuarto, escucha sus chistes entre impasible e impotente, durmiéndose de vez en cuando. El siguiente giro narrativo se produce el último día de clase de la joven señora Crozier, Sylvia, y por tanto también el último día de trabajo para la narradora. Cuando esta sube la jarra de agua a la habitación, mientras Roxanne y la vieja están con los masajes, Bruce, el enfermo, le pide un favor, que coja una llave que hay en un cajón del aparador, cierre la puerta de la habitación por fuera y la guarde, guardándole el secreto. La intriga se apodera del lector. Cuando termina el masaje, Roxanne le pide al enfermo que le abra. Forcejea y golpea. También lo hace la vieja. Roxanne dice que va a llamar a la policía, la vieja le dice que no tiene mando en esa casa. Roxanne se va. Cuando llega Sylvia, la narradora le da la llave, sube a la habitación a ver a su marido y luego le dice que la llevará a su casa como hace todas las tardes. Se la ve sonriente y feliz. Al salir, en un callejón, la narradora ve el coche de Roxanne aparcado, vigilando, pero cuando el coche se pone en movimiento va en dirección contraria a la casa de los Crozier, a la suya y desaparece de la historia. Qué ha sucedido. En realidad es el juego de múltiples perspectivas, cada personaje tiene la suya, ve las cosas de modo distinto. Roxanne teme que el enfermo se suicide, la vieja se da cuenta que Roxanne se extralimita en sus funciones, Sylvia comprueba que no ha pasado nada y que su marido solo quería un poco de tranquilad. Es la narradora de trece años la que ve más cosas de las que hay, un inverosímil juego de posesión de un hombre al que le queda poco para morir. ¿Y el lector qué ve?

La magia y el misterio del relato tiene que ver que quien lo cuenta (recordado por una anciana) es una joven narradora innominada de 13 años para quien las personas que conoce aparecen bajo la luz simplificada de la inexperiencia. La magia de Alice Munro consiste en transmitir esa perspectiva al lector. No sabe qué ocurre en aquella casa, aunque intuye que las dos señoras Crozier no se llevan bien, acaso se disputen al enfermo señor Crozier. Y amplía esa disputa a la masajista, Roxanne, cuando llega. ¿Se ha establecido una alianza entre esta y la vieja Crozier contra Sylvia? ¿Pero pueden tres mujeres disputarse a un moribundo? Una lectura atenta nos hace ver la historia de una manera completamente diferente. Cuando Sylvia y la narradora hablan del incidente, esta le dice que no estaba preocupada por Bruce, pero Roxanne, sí. “¿La señora Hoy?”, pregunta Sylvia, mostrando a la masajista (Roxanne Hoy) bajo una luz diferente. No la habíamos oído nombrar de esa manera tan indiferente. Y luego está el paso del tiempo y los roles que adoptan las mujeres y la diferente perspectiva que aporta cada generación: la abuela de la protagonista y la vieja señora Crozier (“mejor sería que se quedara en casa para cuidarlo”, dicen de Sylvia), la madre de la narradora ( "Mi madre siempre defendió a las mujeres que trabajaban por su cuenta"). Roxanne y Sylvia y la narradora. Generaciones diferentes. 




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