Este
cuento como el título indica va de mujeres. Y si hay mujeres, algún
hombre debe haber. Hay uno, pero se
está muriendo. Es verano y la narradora obtiene su primer trabajo
como cuidadora. Cuando lo cuenta es una viejecita que ve pasar el
tiempo demasiado rápido. Aquel verano sólo tenía trece años y
todavía
“las
chicas llevaban corpiños y cancanes que se quedaban de pie en el
suelo”.
La polio y la leucemia eran enfermedades dañinas, la primera dejaba
graves secuelas, la segunda no daba segundas oportunidades. La
contratan para cuidar a un enfermo terminal, el señor Crozier,
mientras su mujer, la joven señora Crozier, dos tardes a la semana,
da clases en la universidad. No es mucho lo que tiene que hacer la
narradora,
subir una jarra
de agua a la habitación del enfermo cuando se lo piden. La otra
habitante de la mansión de ricos es la vieja señora Crozier,
madrastra del enfermo, Dorothy. Es
una señora antipática que no tolera que se desordenen las cosas. Un
día ve que la narradora tiene en sus manos un volumen de I
Promesi
Spossi
y le dice que si quiere leer algo que se
lo
traiga de casa.
Hay
un giro narrativo cuando llega a la casa Roxanne para dar masajes a
la vieja Crozier en
la planta baja.
Casada
con un mecánico, de cultura muy básica, es
una mujer con hoyuelos
en los carrillos que
impone su humor y optimismo a todo el mundo. La vieja que le sigue el
juego parece cómoda con ella. El enfermo, cuando Roxanne, después
del masaje, acude cada tarde a su cuarto, escucha sus chistes entre
impasible e impotente, durmiéndose de vez en cuando. El siguiente
giro narrativo se produce el último día de clase de la joven señora
Crozier,
Sylvia,
y por tanto también el último día de trabajo para la narradora.
Cuando esta sube la jarra de agua a la habitación, mientras Roxanne
y la vieja están con los masajes, Bruce,
el
enfermo, le pide un favor, que coja una llave que hay en un cajón
del aparador, cierre la puerta de la habitación por fuera y la
guarde, guardándole el secreto. La intriga se apodera del lector.
Cuando termina el masaje, Roxanne le pide al enfermo que le abra.
Forcejea
y
golpea. También lo hace la vieja. Roxanne dice que va a llamar a la
policía, la vieja le dice que no tiene mando
en esa casa. Roxanne se va. Cuando llega Sylvia,
la narradora le da la llave, sube a la habitación a
ver a su marido
y luego le dice que la
llevará a su casa como hace todas las tardes. Se la ve sonriente y
feliz. Al salir, en un callejón, la narradora ve el coche de Roxanne
aparcado, vigilando, pero cuando el coche
se pone en movimiento va en dirección contraria a la casa de
los Crozier,
a la suya y
desaparece de la historia.
Qué ha sucedido. En realidad es el juego de
múltiples
perspectivas, cada personaje
tiene la suya, ve las cosas de modo distinto. Roxanne teme que el
enfermo se suicide, la vieja se da cuenta que Roxanne se extralimita
en sus funciones, Sylvia
comprueba que no ha pasado nada y que su marido solo quería un poco
de tranquilad. Es la narradora de trece años la que ve más cosas de
las que hay, un inverosímil juego de posesión de un hombre al que
le queda poco para morir. ¿Y el lector qué ve?
La
magia y el misterio del relato tiene que ver que quien lo cuenta
(recordado por una anciana) es una joven narradora innominada de 13
años para quien las personas que conoce aparecen bajo la luz
simplificada de la inexperiencia. La
magia de Alice Munro consiste en transmitir esa perspectiva al
lector. No
sabe qué ocurre en aquella casa, aunque intuye que las dos señoras
Crozier no se llevan bien, acaso se disputen al enfermo señor
Crozier. Y
amplía
esa disputa a la
masajista,
Roxanne,
cuando
llega. ¿Se
ha establecido una alianza entre esta y la vieja Crozier contra
Sylvia?
¿Pero
pueden tres mujeres disputarse a un moribundo? Una
lectura atenta nos hace ver la historia de una manera completamente
diferente. Cuando
Sylvia y la narradora hablan del incidente, esta le dice que no
estaba preocupada
por Bruce, pero Roxanne, sí. “¿La señora Hoy?”, pregunta
Sylvia, mostrando a la masajista (Roxanne
Hoy)
bajo una luz diferente. No la habíamos
oído nombrar de esa manera tan indiferente. Y
luego está el paso del tiempo y los
roles que adoptan las mujeres y la
diferente perspectiva que aporta cada generación: la abuela de la
protagonista y la vieja señora Crozier (“mejor
sería que se quedara en casa para cuidarlo”,
dicen de Sylvia), la
madre de la narradora ( "Mi
madre siempre defendió a las mujeres que trabajaban por su cuenta").
Roxanne
y Sylvia y
la narradora. Generaciones
diferentes.
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