martes, 26 de mayo de 2020

Cara (Demasiada felicidad. Alice Munro)


Del original de New Yorker, 2008

Cuando yo era pequeño y escuchaba la radio me preguntaba si los hombres y mujeres que prestaban su voz al micrófono serían feos y tendrían algún defecto físico que querrían ocultar, y por eso se habían dedicado a la radio. Algo parecido le pasa al protagonista de este cuento. En Cara (Face) el narrador es un hombre y cuenta en primera persona. Cuenta toda su vida, desde que nace hasta que se jubila y un poco más allá. En el cuento hay una ristra de personajes. No son muy agradables, más bien para olvidar. Un padre áspero y despectivo, una madre protectora que intenta no hacerse notar y los habitantes de la otra casa, en la misma propiedad, por la que van pasando un conjunto de personas más o menos olvidables. Casi todos tenemos que cargar con alguna peculiaridad que nos amarga la vida, un nombre, el color del pelo, la nariz larga, una enfermedad congénita, un apodo. El prota del relato tiene que cargar con una mancha púrpura en la cara, en un lado de la cara, como ese científico que una vez fue famoso, Barbacid. ¿Como lidiar con eso? Parece que el prota lo hace bastante bien, a pesar de que para el padre sea un baldón (“Menudo pedazo de hígado. No te creas que vas a llevarte eso a casa”, le dice a la madre en la planta de neonatos). Se convierte en un locutor de radio de profesión. Hay algo más, a lo largo de su vida es un hombre solitario. Su padre murió, después su madre y ahora se plantea vender la casa familiar. En ese punto comienza la historia que quiere contar.

Cuando empieza a recordar, recuerda a Nancy, una niña que vivía en la otra casa, junto a una madre malhablada y desagradable. Corrían juntos, leían, se bañaban, eran amigos. Un día, en el sótano de esa casa descubren y abren unos botes de pintura. Nancy se pinta la cara de rojo y le dice: “Ahora soy como tú. Ahora soy como tú. Parecía entusiasmada y yo pensé que se estaba burlando de mí, aunque desbordaba de satisfacción, como si eso fuera la aspiración de toda su vida”. Al prota le sienta muy mal. Nancy sale corriendo y la madre del prota, tan contenida, tan protectora, estalla en griterío contra la niña y contra la otra madre. Nancy ha visto en la mancha algo positivo con lo que identificarse, con lo que estrechar la amistad, y, justamente, en ese momento se separan. Ambas, madre e hija, que vivían en la casa por la gracia del padre, tienen que abandonarla tras la discusión. Algo más tarde, en un tiempo indefinido, la madre le cuenta al prota un suceso que ha oído. Nancy en el baño de su nueva casa se corta una parte de la cara con una cuchilla. Ya jubilado, tras una picadura de avispa, el prota tiene que ser ingresado y pasar una noche en el hospital. Esa noche sueña que una mujer niña le incita a recordar versos que leía en su etapa de locutor de radio.

Aparentemente la historia con Nancy es lo importante en el recuerdo (“Lo que he llegado a considerar el Gran Drama de mi vida”), el solitario se pregunta, ¿podría haber sido de otro modo, una vida con Nancy? Pero por debajo aparecen otras heridas, quizá más profundas: el padre que se desentendió de él, la madre de Nancy quizá amante del padre, su propia madre que para recuperar su matrimonio prefería cenar con el padre antes que con él. ¿Alguien lo ha querido alguna vez? Entre todo lo perdido añora a Nancy en esa mujer del sueño, recordando un poema de Walter de la Mare. (Nadie largo tiempo te llorará,/ por ti rezará, te extrañará./ Tu lugar ha quedado libre,/ tú ya no estás). Entonces, decide no vender la casa. Al final imagina un encuentro con Nancy en el metro y pregunta a los lectores: “¿Creen que eso habría cambiado las cosas? La respuesta es: naturalmente, durante cierto tiempo, y jamás”). El estilo que Alice Munro pone en la memoria del narrador es el de una conversación casual, sin romanticismo, sin pulsión dramática y, sin embargo, la historia es tristísima, la de un hombre cuyo único recuerdo de algo parecido al amor es un suceso de su infancia, cuando contaba con 8 años y que además acabó mal. 

Vida digital (Cara B).



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