Cuando
yo era pequeño y escuchaba la radio me preguntaba si los hombres y
mujeres que prestaban su voz al
micrófono serían
feos y tendrían algún defecto físico que querrían ocultar, y por
eso se habían dedicado a la radio. Algo parecido le pasa al
protagonista de este cuento. En
Cara
(Face) el narrador es un hombre y cuenta en primera persona. Cuenta
toda su vida, desde que nace hasta que se jubila y un poco más allá.
En el cuento hay una ristra de personajes. No son muy agradables, más
bien para olvidar. Un
padre áspero y despectivo, una madre protectora que
intenta no hacerse
notar y los habitantes de la otra casa, en la misma propiedad, por la
que van pasando un conjunto de personas más o menos olvidables. Casi
todos tenemos que cargar con alguna peculiaridad que nos amarga la
vida, un nombre, el color del pelo, la nariz larga, una enfermedad
congénita, un apodo. El prota del relato tiene que cargar con una
mancha púrpura
en
la cara, en un lado de la cara, como ese científico que
una vez fue famoso,
Barbacid. ¿Como lidiar con eso? Parece que el
prota lo
hace bastante bien, a pesar de que para el padre sea un baldón
(“Menudo
pedazo de hígado. No te creas que vas a llevarte eso a casa”,
le dice
a la madre en
la planta de neonatos).
Se convierte en un locutor de radio de
profesión.
Hay
algo más, a
lo largo de su vida
es un hombre solitario. Su padre murió, después su madre y ahora se
plantea vender la casa familiar. En
ese punto comienza la historia que quiere contar.
Cuando
empieza a recordar, recuerda a Nancy, una niña que vivía en la otra
casa, junto a una madre malhablada y desagradable. Corrían
juntos, leían, se bañaban, eran amigos. Un
día, en el sótano de esa casa descubren y abren unos botes de
pintura. Nancy
se
pinta la cara de rojo y le dice: “Ahora
soy como tú. Ahora soy como tú. Parecía entusiasmada y yo pensé
que se estaba burlando de mí, aunque desbordaba de satisfacción,
como si eso fuera la aspiración de toda su vida”.
Al
prota
le sienta muy mal. Nancy
sale
corriendo y la madre del
prota,
tan contenida, tan protectora, estalla en griterío contra la niña y
contra la otra madre. Nancy
ha visto en la mancha algo positivo con lo que identificarse, con
lo que estrechar la amistad,
y, justamente, en ese momento se separan. Ambas,
madre
e hija, que
vivían en la casa por
la
gracia
del
padre, tienen
que abandonarla tras la discusión.
Algo
más tarde, en
un tiempo indefinido,
la madre le cuenta al prota un suceso que
ha oído.
Nancy en el baño de su nueva casa se corta una
parte de la cara
con una cuchilla. Ya jubilado, tras
una picadura de avispa,
el
prota tiene
que ser ingresado y
pasar
una noche en el
hospital. Esa noche sueña que una mujer niña le incita a recordar
versos que leía en su etapa de locutor de radio.
Aparentemente
la historia con Nancy es lo importante en el recuerdo (“Lo
que he llegado a considerar el Gran Drama de mi vida”),
el
solitario se pregunta, ¿podría
haber sido de otro modo, una vida con Nancy? Pero
por debajo aparecen otras heridas, quizá más profundas: el padre
que se desentendió de él, la madre de Nancy quizá amante del
padre, su propia madre que para recuperar su matrimonio prefería
cenar con el padre antes que con él. ¿Alguien
lo ha querido alguna vez?
Entre
todo lo perdido añora a Nancy en esa mujer del sueño,
recordando un poema de Walter de la Mare. (Nadie
largo tiempo te llorará,/ por ti rezará, te extrañará./ Tu lugar
ha quedado libre,/ tú ya no estás).
Entonces,
decide no vender la casa. Al
final imagina un encuentro con Nancy en el metro y
pregunta a los lectores: “¿Creen
que eso habría cambiado las cosas? La respuesta es: naturalmente,
durante cierto tiempo, y jamás”).
El
estilo que Alice Munro pone en la memoria del narrador es el de una
conversación casual, sin romanticismo, sin pulsión dramática y,
sin embargo, la historia es tristísima, la de un hombre cuyo único
recuerdo de algo parecido al amor es un suceso de su infancia, cuando
contaba con 8 años y que además acabó mal.
Vida digital (Cara B).
Vida digital (Cara B).
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