Es
evidente que estoy soñando. Pronto abriré los ojos y este raro
ensueño desaparecerá. He imaginado que subía abriéndome paso
entre la maleza por la ladera del bosque, que una liebre asustada
salía en estampida detrás de un árbol, que el sol, un foco de luz
que se derramaba en gruesos rayos, cuando he mirado hacia atrás,
hacía resplandecer el tejado ondulado de la estación de tren, que
la ciudad abajo estaba vacía, que
estaba solo en el planeta, que la raza humana ya no estaba, aunque,
luego, el sueño daba un salto y en la pantalla aparecían
ambulancias, camillas y enfermeras y después féretros, y gente que
hablaba de confinamiento. Si alguien ahora me zarandease, podría
despertar del sueño, ir a la cocina, ponerme un café, encender la
radio y escuchar las noticias de la mañana, pero justo ahora suena
el móvil, cómo lo llevas, me dice Ana, qué, que va a ser, ayer,
dice, cuatro compañeros de oficina han dado positivo, qué, son de
la planta quinta, yo estoy en la tercera, el
padre de una de ellas ha muerto, no
he tenido contacto con ellos en los últimos días, ya
sabes,
veo que todavía andas dormido, bueno, luego hablamos. Como en
cualquier sueño, las escenas se suceden sin atender a la lógica.
Estoy mirando por la ventana, no hay el ruido habitual, quizá el de
los domingos, tampoco hay nadie en la calle, ni un coche que salga
del garaje,
ni un perro que ladre, me veo, ahora sí, escuchando la radio, hablan
de variación en el número de infectados, del número de muertos, de
curvas y países, quizá estoy viendo una película o un capítulo de
una serie, es la típica desconexión de la línea del tiempo que se
produce en los sueños, hasta sueño que salgo de casa con dos bolsas
de Carrefour en la mano y que a la puerta del Mercadona hay gente
esperando en una larga cola, separados unos de otros, muchos con
mascarillas y guantes, sin que nadie se dirija la palabra, sí que es
un raro sueño, dentro del súper todos distantes, cambiando de
pasillo cuando alguien viene de frente, las cajeras silenciosas,
tapadas, espíritus en pena, me veo en casa lavándome con jabón las
manos con gran concentración, separando con cuidado los zapatos, no
puede ser verdad, me remuevo a ver si de una vez despierto, pero
cuando abro en la tableta el periódico del día no aparece otra cosa
sino cifras de infecciones y muertos, de curvas que ascienden, de
incremento, de países y continentes que se infectan, de escritores y
filósofos, de políticos y virólogos que hablan de lo mismo, unos
de imprevisión, otros de expansión incontrolada, unos de
pensamiento mágico, otros de la sociedad del día después y
en la tele que conecto a la hora de comer un señor con sonrisa
fúnebre y cara de palo parafrasea a Kennedy, lo que podéis hacer
por vosotros y por el género humano.
Los sueños no son monotemáticos, me
digo, suelen
cambiar de escenario a lo largo de la noche, de personajes,
espaciados en el tiempo, se suelen cortar para dejar la mente ciega
antes de pasar a otra cosa, pero este es persistente, no acaba de
borrarse. La realidad no es así, no puede ser así. Anteayer soñé
que soñaba este sueño. Creo que sigo en él.
sábado, 4 de abril de 2020
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