sábado, 4 de abril de 2020

Sueño



Es evidente que estoy soñando. Pronto abriré los ojos y este raro ensueño desaparecerá. He imaginado que subía abriéndome paso entre la maleza por la ladera del bosque, que una liebre asustada salía en estampida detrás de un árbol, que el sol, un foco de luz que se derramaba en gruesos rayos, cuando he mirado hacia atrás, hacía resplandecer el tejado ondulado de la estación de tren, que la ciudad abajo estaba vacía, que estaba solo en el planeta, que la raza humana ya no estaba, aunque, luego, el sueño daba un salto y en la pantalla aparecían ambulancias, camillas y enfermeras y después féretros, y gente que hablaba de confinamiento. Si alguien ahora me zarandease, podría despertar del sueño, ir a la cocina, ponerme un café, encender la radio y escuchar las noticias de la mañana, pero justo ahora suena el móvil, cómo lo llevas, me dice Ana, qué, que va a ser, ayer, dice, cuatro compañeros de oficina han dado positivo, qué, son de la planta quinta, yo estoy en la tercera, el padre de una de ellas ha muerto, no he tenido contacto con ellos en los últimos días, ya sabes, veo que todavía andas dormido, bueno, luego hablamos. Como en cualquier sueño, las escenas se suceden sin atender a la lógica. Estoy mirando por la ventana, no hay el ruido habitual, quizá el de los domingos, tampoco hay nadie en la calle, ni un coche que salga del garaje, ni un perro que ladre, me veo, ahora sí, escuchando la radio, hablan de variación en el número de infectados, del número de muertos, de curvas y países, quizá estoy viendo una película o un capítulo de una serie, es la típica desconexión de la línea del tiempo que se produce en los sueños, hasta sueño que salgo de casa con dos bolsas de Carrefour en la mano y que a la puerta del Mercadona hay gente esperando en una larga cola, separados unos de otros, muchos con mascarillas y guantes, sin que nadie se dirija la palabra, sí que es un raro sueño, dentro del súper todos distantes, cambiando de pasillo cuando alguien viene de frente, las cajeras silenciosas, tapadas, espíritus en pena, me veo en casa lavándome con jabón las manos con gran concentración, separando con cuidado los zapatos, no puede ser verdad, me remuevo a ver si de una vez despierto, pero cuando abro en la tableta el periódico del día no aparece otra cosa sino cifras de infecciones y muertos, de curvas que ascienden, de incremento, de países y continentes que se infectan, de escritores y filósofos, de políticos y virólogos que hablan de lo mismo, unos de imprevisión, otros de expansión incontrolada, unos de pensamiento mágico, otros de la sociedad del día después y en la tele que conecto a la hora de comer un señor con sonrisa fúnebre y cara de palo parafrasea a Kennedy, lo que podéis hacer por vosotros y por el género humano. Los sueños no son monotemáticos, me digo, suelen cambiar de escenario a lo largo de la noche, de personajes, espaciados en el tiempo, se suelen cortar para dejar la mente ciega antes de pasar a otra cosa, pero este es persistente, no acaba de borrarse. La realidad no es así, no puede ser así. Anteayer soñé que soñaba este sueño. Creo que sigo en él.


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